a memoria de la Presentación de la
Santísima Virgen María, tiene una gran importancia, porque en ella
se conmemora uno de los “misterios” de la vida de
quien fue elegida por Dios como Madre de su Hijo
y como Madre de la Iglesia. En esta “Presentación” de
María se alude también a la “presentación” de Cristo y
de todos nosotros al Padre.
Por otra parte, constituye un gesto
concreto de ecumenismo con nuestros hermanos de Oriente. Esto se
puede apreciar en el comentario de la Liturgia de las
Horas que dice: “En este día, en que se recuerda
la dedicación de la iglesia de Santa María la Nueva,
construida cerca del templo de Jerusalén en el año 543,
celebramos junto con los cristianos de la Iglesia oriental, la
“dedicación” que María hizo de sí misma a Dios desde
la infancia, movida por el Espíritu Santo, de cuya gracia
estaba llena desde su concepción inmaculada”.
El hecho de la presentación
de María en el templo no lo narra ningún texto
de la Sagrada Escritura; de él, sin embargo, hablan abundantemente
y con muchos detalles algunos escritos apócrifos. María, según la
promesa hecha por sus padres, fue llevada al templo a
los tres años, en compañía de un gran número de
niñas hebreas que llevaban antorchas encendidas, con la participación de
las autoridades de Jerusalén y entre el canto de los
ángeles. Para subir al templo había quince gradas, que María
caminó sola a pesar de ser tan pequeña. Los apócrifos
dicen también que en el templo María se nutría con
un alimento especial que le llevaban los ángeles, y que
ella no vivía con las otras niñas sino en el
“Sancta Sanctorum”, al cual tenía acceso el Sumo Sacerdote sólo
una vez al año.
La realidad de la presentación de María
debió ser mucho más modesta y al mismo tiempo más
gloriosa. Por medio de este servicio a Dios en el
templo, María preparó su cuerpo, y sobre todo su alma,
para recibir al Hijo de Dios, viviendo en sí misma
la palabra de Cristo: “Bienaventurados más bien los que escuchan
la palabra de Dios y la practican”.
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