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Dios nunca abandona a sus hijos!!!


Dios nunca abandona a sus hijos!!!

Señor, enséñame a ser generoso,
a dar sin calcular,
a devolver bien por mal,
a servir sin esperar recompensa,
a acercarme al que menos me agrada,
a hacer el bien al que nada puede retribuirme,
a amar siempre gratuitamente,
a trabajar sin preocuparme del reposo.
Y, al no tener otra cosa que dar,
a donarme en todo y cada vez más
a aquel que necesita de mí
esperando sólo de Vos
la recompensa.
O mejor: esperando que Vos Mismo
seas mi recompensa.
Amén.

Ama...


"Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas."

Oh Madre!


¡Oh Madre!, que te hiciste la más pequeña, siendo realmente excelsa, enséñame a amarte, a alabarte y a agradarte del mismo modo en que vos lo hiciste con el Señor, para que también nosotros lleguemos a El.
Amén.

SAN RAMÓN NONATO


SAN RAMÓN NONATO (1200-1240) nació en Portell, cerca de Lérida, en Cataluña, España, probablemente en el seno de una familia de la nobleza local.

San Ramón recibe el curioso sobrenombre de “no nacido” debido a que justo antes de nacer su madre falleció, y él fue extraído de las entrañas del cuerpo muerto.

Tuvo la suerte de tener un padre atento y responsable, preocupado por la educación de su hijo. Cuando llegó el tiempo, Ramón fue enviado a Barcelona para estudiar números y administración, pues su padre quería que se hiciera cargo de algunas de las fincas familiares.

Sin embargo, en Barcelona su vida cambió al conocer a San Pedro Nolasco, quien habría de fundar la Orden de la Merced. Esta gran influencia le dio claridad para seguir la vocación religiosa, y a partir de 1224 se convirtió en acompañante incondicional de su amigo.

Uno de los preceptos de la Orden Mercedaria recién fundada consistía en rescatar prisioneros, ofreciéndose en su lugar de ser necesario. Recordemos que se estaba en la época de la Reconquista en España. En el norte de África vivían como cautivos numerosos cristianos españoles; y en consecuencia San Ramón Nonato se propuso liberarlos.

De este modo llegó San Ramón a Argelia, donde fue capturado casi de inmediato. En muchos casos, los Mercedarios pagaban rescates y arreglaban que los prisioneros regresaran a sus hogares, y no fue distinto con San Ramón Nonato.

Aún hecho prisionero, no paraba de hablar para reconfortar a sus compañeros cautivos y recordarles cuál era la Verdadera Fe. Tal era el fervor de sus palabras, que sus captores le perforaron los labios con un hierro candente para colocarle una especie de candado que le impedía hablar.

Así soportó meses de cautiverio, hasta que finalmente fue rescatado por su Orden y conducido de vuelta a Barcelona. Sus labores de rescate y su propio cautiverio le habían ganado bastante fama, y se volvió bastante popular entre la gente de la ciudad.

Por la fuerza de sus palabras y por su gran valentía, en 1239 el papa Gregorio IX lo mandó llamar a Roma con la intención de nombrarlo cardenal y consejero suyo.

Al año siguiente emprendió el viaje. Sin embargo, antes de hacerse a la mar contrajo unas fiebres violentas, y falleció súbitamente con apenas cuarenta años de edad.

San Ramón Nonato es el santo patrono de las parturientas, de las parteras y en general de la obstetricia. Fue canonizado por el papa Alejandro VII en 1657.

SAN RAMÓN NONATO nos enseña la importancia de auxiliar a los cautivos.


Dios misericordioso, que has iluminado las tinieblas de nuestra ignorancia con la luz de tu palabra: acrecienta en nosotros la fe que tu mismo nos has dado; que ninguna tentación pueda nunca destruir el ardor de la fe y de la caridad que tu gracia ha encendido en nuestro Espíritu.

Mt 25, 1-13

Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: El Reino de los Cielos será semejante a diez jóvenes que fueron con sus lámparas al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco, prudentes. Las necias tomaron sus lámparas, pero sin proveerse de aceite, mientras que las prudentes tomaron sus lámparas y también llenaron de aceite sus frascos. Como el esposo se hacía esperar, les entró sueño a todas y se quedaron dormidas. Pero a medianoche se oyó un grito: "Ya viene el esposo, salgan a su encuentro". Entonces las jóvenes se despertaron y prepararon sus lámparas. Las necias dijeron a las prudentes: "¿Podrían darnos un poco de aceite, porque nuestras lámparas se apagan?". Pero éstas les respondieron: "No va a alcanzar para todas. Es mejor que vayan a comprarlo al mercado". Mientras tanto, llegó el esposo: las que estaban preparadas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la puerta. Después llegaron las otras jóvenes y dijeron: "Señor, señor, ábrenos", pero él respondió: "Les aseguro que no las conozco". Estén prevenidos, porque no saben el día ni la hora.

La segunda oportunidad

Había un hombre muy rico que poseía muchos bienes, una gran estancia, mucho ganado, varios empleados, y un único hijo, su heredero. Lo que más le gustaba al hijo era hacer fiestas, estar con sus amigos y ser adulado por ellos.

Su padre siempre le advertía que sus amigos solo estarían a su lado mientras él tuviese algo que ofrecerles; después, le abandonarían.

Un día, el viejo padre, ya avanzado en edad, dijo a sus empleados que le construyan un pequeño establo. Dentro de él, el propio padre preparó una horca y, junto a ella, una placa con algo escrito:"PARA QUE NUNCA DESPRECIES LAS PALABRAS DE TU PADRE. "Más tarde, llamó a su hijo y lo llevó al establo y le dijo: Hijo mío, yo ya estoy viejo y, cuando yo me vaya, tú te encargarás de todo lo que es mío... Y yo sé cual será tu futuro. Vas a dejar la estancia en manos de los empleados y vas a gastar todo el dinero con tus amigos. Venderás todos los bienes para sustentarte y, cuando no tengas mas nada, tus amigos se apartarán de ti.
Solo entonces te arrepentirás amargamente por no haberme escuchado. Fue por esto que construí esta horca. ¡Ella es para ti!

Quiero que me prometas que, si sucede lo que yo te digo, te ahorcarás en ella. El joven se rió, pensó que era un absurdo, pero, para no contradecir al padre, prometió, pensando que eso jamás podría suceder. El tiempo pasó, el padre murió, y su hijo se encargó de todo, pero, así como su padre había previsto, el joven gastó todo, vendió los bienes, perdió sus amigos y hasta la propia dignidad.

Desesperado y afligido, comenzó a reflexionar sobre su vida y vio que había sido un tonto. Se acordó de las palabras de su padre y comenzó a decir: Ah, padre mío... Si yo hubiese escuchado tus consejos... Pero ahora es demasiado tarde.

Apesadumbrado, el joven levantó la vista y vió el establo. Con pasos lentos, se dirigió hasta allá y entrando, vio la horca y la placa llenas de polvo, y entonces pensó: Yo nunca seguí las palabras de mi padre, no pude alegrarle cuando estaba vivo, pero, al menos esta vez, haré su voluntad. Voy a cumplir mi promesa. No me queda nada mas... Entonces, él subió los escalones y se colocó la cuerda en el cuello, y pensó: Ah, si yo tuviese una nueva opotunidad... Entonces, se tiró desde lo alto de los escalones y, por un instante, sintió que la cuerda apretaba su garganta... Era el fin.

Pero el brazo de la horca era hueco y se quebró fácilmente y el joven cayó al piso. Sobre él cayeron joyas, esmeraldas, perlas, rubíes, safiros y brillantes, muchos brillantes... La horca estaba llena de piedras preciosas y una nota también cayó en medio de ellas. En ella estaba escrito: Este es tu nueva oportunidad. ¡Te amo mucho! Con amor, tu viejo padre.

Dios es exactamente así con nosotros, Él es el Dios de la segunda oportunidad.

Cuando nos arrepentimos, podemos ir hasta Él. Él siempre nos dá una nueva oportunidad.

Oh dulce Virgen María


Oh dulce Virgen María, amparo de nosotros peregrinos en esta tierra, acudimos a tu intercesión de Madre, para que nos alcances de tu Hijo amado,
Jesucristo, la conversión de nuestras almas, que regales la paz al mundo entero, que podamos todos amarnos como hermanos, cumpliendo así el mandato del Señor. Ayúdanos Santa Madre, mira nuestra nuestra debilidad, ten misericordia de nosotros tu hijos, y cúbrenos con tu protección amorosa de todas las asechanzas del enemigo que como león rugiente busca a quién devorar, y una vez más pisa tu la cabeza de la serpiente, ayudándonos a no caer en las tentaciones diarias, para que podamos ser testigos del triunfo del Señor en nuestras vidas.
Amén.


Santa Rosa de Lima

Nació en Lima, Perú, en 1586. Fue la primera santa canonizada del Nuevo Mundo. Aunque fue bautizada con el nombre de Isabel, se le llamaba comúnmente Rosa y ése fue el nombre que le impuso en la Confirmación el arzobispo de Lima, Santo Toribio.

Rosa tomó a Santa Catalina de Siena como modelo. Se dedicó a atacar el amor propio mediante la humildad, la obediencia y la abnegación de la voluntad propia.

Ingresó a la tercera orden de Santo Domingo y, a partir de entonces, se recluyó en una cabaña que había construido en el huerto de su casa.

Llevaba sobre la cabeza una estrecha cinta de plata, cuyo interior estaba erizado de picos, era una especie de corona de espinas.

Su amor por el Señor era tanto que cuando hablaba de El, cambiaba el tono de su voz y su rostro se encendía como un reflejo del sentimiento que embargaba su alma.

Tiempo después, una comisión de médicos y sacerdotes examinó a la santa y dictaminó que sus experiencias eran realmente sobrenaturales. El modo de vida y las prácticas ascéticas de Santa Rosa de Lima sólo convienen a almas llamadas a una vocación muy particular. Lo más admirable en Santa Rosa fue su gran espíritu de santidad heroica, porque todos los santos ya sea en el mundo, el desierto o en el claustro, poseen el rasgo común de haber tratado de vivir para Dios en cada instante. Quien tiene la intención pura de cumplir en todo la voluntad de Dios, podrá servirle con plenitud en todo lo que haga.

Santa Rosa murió el 24 de agosto de 1617, a los 31 años de edad. El Papa Clemente X la canonizó en 1671.

Fuera de la Cruz no hay otra escalera por donde subir al cielo."

Gloriosa Santa Rosa de Lima,
tú que supiste lo que es amar a Jesús con un corazón tan fino y generoso,
enséñanos tus grandes virtudes para que, siguiendo tu ejemplo,
podamos gozar de tu protección en la tierra y de tu compañía en el cielo.
Amén

Mt 13, 44-46

Jesús dijo a la multitud: "El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo. El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas y, al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró".
Señor, sé que no puedo hacer nada
para añadir o quitar un solo segundo a mi vida;
sé que hay huracanes y tormentas
aunque yo prefiera siempre justo lo contrario;
sé que podría tener un trabajo mejor
pero tengo el trabajo que tengo;
sé que el carácter de algunas personas a veces me supera;
sé que hay convivencias que no entiendo;
sé que hay palabras que borraría para siempre del diccionario;
sé que hay silencios que duelen
y momentos por los que me gustaría no tener que pasar nunca...
Sé, Señor, que hay muchas cosas en mi vida
que son inevitables y que debo asumirlas;
¡tantos desiertos por los que debo pasar
para crecer en fidelidad a tu Evangelio!
Dame la fuerza necesaria
para hacer de la experiencia del desierto,
una oportunidad para conocerme más a mi mismo
y adherirme más a Vos;
dame la fuerza necesaria
para abrazar las cruces casi “inevitables”,
asumirlas y crecer con ellas. Amén!

Oh María...


Oh María, Madre de Jesús y Madre mía, al comenzar el nuevo día, regalo del Señor, me dirijo a ti, para ponerme en tus manos y en tu corazón. Condúceme a Jesús, para que le pertenezca enteramente; con mi voluntad, pensamiento y corazón, con mi cuerpo y con mis obras. Ayúdame a vivir en la gracia y en el amor que el Padre me ha dado con la efusión del Espíritu Santo, y hazme ser acogedor con todos. Reina del cielo, guía y acompaña con tu materna inspiración hasta mis menores acciones, para que todo sea hoy una ofrenda espiritual agradable a Dios y promueva un mundo más justo y fraterno. Intercede por mí, Madre, y despierta el corazón de hijo que duerme en todo hombre, para que todos juntos caminemos al encuentro del Padre. 
Amén.