SAN ADRIÁN DE CANTERBURY (¿?-710) nació en el norte de África, probablemente.
Por la naturaleza de sus conocimientos, es factible que los orígenes
familiares de San Adrián de Canterbury provengan de un medio ilustrado.
Se sabe que de joven ya era abad de Niridanum, la actual Nerida, cerca de Nápoles, Italia.
Cuando se supo que San Adeodato, el eminente arzobispo de Canterbury,
había fallecido, en 664 el papa San Vitaliano le ofreció el cargo a San
Adrián; sin embargo, nuestro abad declinó con humildad al no sentirse
apto, y tras sesuda reflexión propuso a San Teodoro de Tarso, que era de
origen griego.
Teodoro, que en efecto tuvo una labor muy
destacada como arzobispo de Canterbury, aceptó siempre y cuando Adrián
lo acompañara en calidad de consejero.
Al pasar por Francia,
San Adrián fue detenido porque alguien lo acusó falsamente de ser espía.
Por esta causa, sólo pudo llegar a Canterbury hasta el año 670.
San Teodoro lo recibió con alegría y lo nombró abad del monasterio de
San Pedro y San Pablo de Canterbury, que posteriormente pasó a llamarse
de San Agustín.
Bajo la dirección de San Adrián, la escuela
monacal de Canterbury se convirtió en el centro del conocimiento en
Inglaterra, y en el principal centro de formación de futuros obispos que
habrían de ejercer su misión en Francia y Alemania.
El propio
San Adrián enseñaba griego, latín, derecho romano, Sagradas Escrituras y
Padres de la Iglesia. Los estudiantes provenían de toda Inglaterra, e
incluso de la lejana Irlanda.
Durante casi 40 años, San Adrián
ejerció cotidianamente como maestro, preparando a grupo tras grupo de
misioneros para la difusión de la fe.
Casi cuatro siglos
después, en 1091, durante la restauración de una parte del monasterio,
fue descubierto el cadáver incorrupto de San Adrián de Canterbury, del
cual emanaba un delicado aroma.
SAN ADRIÁN DE CANTERBURY nos enseña el valor de enseñar y formar a las nuevas generaciones.
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