Nació en 1243, hija de Bela IV, rey de Hungría y campeón de la cristiandad.
En esos momentos Hungría era ocupada por los tártaros, que amenazaban acabar con la Europa Central.
Sus padres prometieron consagrarla a Dios si les concedía la victoria.
En cumplimiento de esa promesa, a los 3 años de edad fue confiada a las
religiosas de Santo Domingo, y a los 12, hizo profesión religiosa en el
convento que el rey mandó construir en una isla del Danubio, cerca de
Budapest.
Su vida estuvo signada por la virtud de la humildad,
que pese a su condición de hija del rey se consideraba la sirvienta de
las demás religiosas.
Tomando conciencia de su extraordinaria
misión la joven princesa se dedicó con fervor heroico a recorrer el
camino de la perfección. La ascesis conventual del silencio, soledad,
oración y penitencia se armonizaron con un celo ardoroso por la paz, un
gran valor para denunciar las injusticias y una gran cordialidad con sus
compañeras, a las que servía con gozo en los más humildes servicios. Su
vida de piedad se cualifica por la devoción al Espíritu Santo, a Jesús
crucificado, a la Eucaristía y a María.
Cuando Otto II de
Bohemia y Moravia, y luego también Carlos de Anjou, pidieron su mano, el
Papa la dispensó de sus votos religiosos, pero la joven princesa
rechazó todos los ofrecimientos matrimoniales y prefirió la vida del
convento.
Murió el 18 de enero de 1270 en Budapest.
Pío XII la invocaba en su canonización el 19 de noviembre de 1943 como
mediadora de la tranquilidad y de la paz fundadas en la justicia y la
caridad de Cristo, no sólo para su patria, sino para el mundo entero.
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