"Simón, hijo de Juan, ¿me amas?". El le respondió: "Sí, Señor, sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas". (Jn. 21, 16)
Lc 4, 21-30
Después que Jesús predicó en la sinagoga de Nazaret, todos daban
testimonio a favor de él y estaban llenos de admiración por las palabras
de gracia que salían de su boca. Y decían: "¿No es éste el hijo de
José?". Pero él les respondió: "Sin duda ustedes me citarán el refrán:
'Médico, sánate a ti mismo'. Realiza también aquí, en tu patria, todo lo
que hemos oído que sucedió en Cafarnaúm". Después agregó: "Les aseguro
que ningún profeta es bien recibido en su tierra. Yo les aseguro que
había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres
años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó todo el
país. Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una
viuda de Sarepta, en el país de Sidón. También había muchos leprosos en
Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue
sanado, sino Naamán, el sirio". Al oír estas palabras, todos los que
estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron
fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que
se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando
en medio de ellos, continuó su camino.
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