Nació
en Inglaterra. Llevó una vida noble y piadosa, y supo transmitir estos
valores a la familia que formó. Ya en la edad madura decidió aventurarse
a realizar su mayor sueño, que era el de conocer Roma, la “Ciudad
Eterna” y Tierra Santa. Y emprendió el viaje, en compañía de sus hijos,
en el año 720.
Visitaron varios
santuarios en Francia y se dirigían a Roma cuando Ricardo murió en
Lucca, Italia el mismo año. Allí fue enterrado en la Iglesia de San
Fedriano donde está su tumba. Se registraron muchos milagros de curación
de enfermos, quienes rezaban ante su tumba. La fama de San Ricardo,
“rex Anglorum”, se extendió, y sus reliquias se conservan todavía en ese
lugar.
Sus hijos, acompañantes suyos en la peregrinación que
nunca llegó a Roma, con el tiempo fueron canonizados también: San
Winebaldo, San Wilibaldo y Santa Walpurga. San Wilibaldo, se unió a San
Bonifacio y llegó a ser obispo de Eichstatt en Baviera.
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