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El perdón no se improvisa. Cuando es verdadero nace de la profunda experiencia de sentir el abrazo de Dios que perdona nuestras faltas.
El perdón tiene un poder restaurador. Lo experimentamos nosotros cada vez que acudimos a la confesión sacramental y vemos como la sangre de Cristo purifica nuestros corazones. A un nivel inferior lo vemos en el nivel humano cuando somos perdonados por otros. El perdón nos retorna la dignidad.

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