La misión «pide a todos los cristianos que proclamen el Evangelio con la
palabra, pero sobre todo con la coherencia de su vida». «Sólo así
seréis testigos creíbles de la esperanza cristiana y podréis difundirla a
todos». (Juan Pablo II)
Una primera aproximación a lo que
significa la coherencia la encontramos en el diccionario: «Conexión,
relación o unión de unas cosas con otras». Al aplicar esta definición a
la vida cristiana nos referimos principalmente a esa conexión, relación o
unión que debe existir entre fe y vida, entre aquello que creemos -el
Señor Jesús y su Evangelio- y el modo como vivimos en lo cotidiano. En
esta coherencia está el secreto de la santidad, a la que Dios nos llama a
cada uno de nosotros, en nuestro propio estado de vida. Por ello es tan
importante que de la fe en la mente y en el corazón pasemos a la fe en
la acción.
1.- COHERENCIA ENTRE FE YVIDA
Un cristiano
coherente es aquél que sostiene con sus obras lo que cree y afirma de
palabra. No hay diferencia entre lo uno y lo otro. Se descubre en él o
en ella una estrecha unidad entre la fe que profesa con sus labios, la
fe acogida en su mente y corazón, y su conducta en la vida cotidiana: su
fe pasa a la acción, se muestra y evidencia por sus actos. Así los
principios tomados del Evangelio orientan su conducta y su pensamiento
cristiano, su piedad y afectos, y se reflejan en la acción práctica.
Esta coherencia la vive no sólo cuando las cosas se le presentan
"fáciles", sino también cuando es puesto a prueba.
Un cristiano
incoherente con su fe y condición de bautizado, en cambio, es aquél
cuyas obras contradicen abiertamente lo que sostiene con sus palabras,
lo que dice creer y lo que en su corazón anhela en lo más profundo de su
ser. Es, por ejemplo, aquél que dice: "soy creyente, pero no
practicante", es decir, lo que llamamos un "agnóstico funcional", un
bautizado que -aunque a veces va a Misa y reza algo de vez en cuando-
actúa del mismo modo como lo hace un hombre que no cree en Dios, que no
conoce la fe.
Incoherentes somos también nosotros, quienes nos
hemos encontrado con el Señor Jesús y nos esforzamos por llevar una vida
cristiana seria, cuando negamos con nuestras obras las enseñanzas del
Evangelio, cuando no hacemos lo que a otros predicamos o exigimos.
¡Ciertamente todos, más o menos, tenemos algo de incoherentes...!
2.- DIFICULTADES PARA VIVIR LA COHERENCIA CRISTIANA
Llamados a ser santos, experimentamos múltiples dificultades para
realizar esta vocación. Estas dificultades para vivir la coherencia las
encontramos dentro de nosotros mismos, en nuestra fragilidad o en
nuestra débil voluntad ante nuestra inclinación al mal, ante los malos
hábitos o vicios de los que, a veces, es difícil despojarse. No es raro
experimentar que, aunque me haya propuesto firmemente ser cada día más
santo, haga el mal que no quiero y que deje de hacer el bien que me
había propuesto hacer. El gran apóstol Pablo reconoce en sí mismo esta
incoherencia que agobia su espíritu, cuyo origen atribuye «al pecado que
habita en mí». En efecto, el pecado y su huella en nosotros nos llevan a
experimentar y sufrir tantas veces esta división dentro de nosotros
mismos, división que constituye la principal dificultad para vivir la
coherencia entre la fe que profesamos y nuestra vida.
También
encontramos esa dificultad por la oposición a la vida cristiana de no
pocos rasgos de la cultura en que vivimos. O porque esa cultura, desde
una pretendida "madurez", lo relativice todo y considere a la fe y sus
consecuencias como un asunto limitado a las opciones y preferencias
personales. Este influjo ambiental negativo se nos presenta como un
reto.
Incluso en nuestros días se persigue, a veces con
intensidad, abierta o muy sutilmente, a quienes aspiran a vivir con
coherencia la vida cristiana. Ante esta situación muchos bautizados, por
miedo a "ser distintos", prefieren pasar desapercibidos, actuar "como
los demás" para no mostrar que son cristianos, y así -aunque digan
"creer"- terminan asimilando los criterios antievangélicos y viviendo de
acuerdo a ellos.
3.- HACIA UNA COHERENCIA CADA VEZ MAYOR
Al tomar conciencia de las dificultades que tenemos que afrontar para
vivir la fe con coherencia, no buscamos abrumarnos o desalentamos. Se
trata de vivir en un sano realismo: la incoherencia, mayor o menor, la
experimentamos todos y nos acompañará mientras estemos como peregrinos
en este mundo. El primer paso hacia una vida de mayor coherencia es
aceptar con humildad y sencillez esta verdad, y a partir de allí buscar
reducir cada vez más la distancia que hay entre nuestra mente y corazón,
nutrida de la fe, sostenida por la esperanza y animada por la caridad, y
nuestras acciones cotidianas; entre nuestras palabras y obras; entre la
fe y la vida. Para ello, hay que poner medios concretos para ir ganando
en hábitos de coherencia y avanzar así, poco a poco, hacia un estado de
una cada vez mayor coherencia. Así, con la fuerza que nos viene del
Señor y el apoyo que encontramos en la comunidad, nos iremos acercando
cada vez más al horizonte de plena coherencia que descubrimos en el
Señor Jesús y en su Santísima Madre.
4.- COHERENCIA Y APOSTOLADO
Estoy llamado a ser un apóstol. Cada cual en su puesto y lugar, desde
el propio estado de vida, nuestra misión es la de anunciar el Evangelio,
transmitir al Señor y hacer partícipes a muchos otros del don de la
reconciliación que Él nos ha traído. Ello implica necesariamente que yo
mismo me esfuerce por ser el primero en acoger y vivir el Evangelio con
máxima coherencia.
El Concilio Vaticano II ha enseñado que, con
frecuencia, «la incoherencia de los creyentes constituye un obstáculo
en el camino de cuantos buscan al Señor». La incoherencia afecta, según
el grado, nuestro propio testimonio, y puede tomar estéril la Palabra
que estamos llamados a proclamar y transmitir. Tomar conciencia de la
necesidad de ser coherentes con la fe que predicamos para que el
apostolado sea fecundo y eficaz es una fuerte motivación en el camino
cotidiano de nuestra propia santificación.
En este empeño
tengamos en cuenta aquél dicho que reza: "Las palabras mueven, el
ejemplo arrastra". Y es que «cuanto más se refleje Cristo en nuestra
vida, tanto más mostrará la atracción irresistible que él mismo anunció
hablando de su muerte en la cruz: "Cuando yo sea elevado sobre la
tierra, atraeré a todos hacia mi"».
¡Cuánto apela, cuestiona,
mueve los corazones, por la firmeza, paz y seguridad que transmite, el
testimonio de una persona que es coherente con el Evangelio ¡Cuántos al
verlo, al verla, feliz, radiante, dicen: "yo quiero eso para mí", "yo
quiero ser así"! Y así el cristiano coherente se convierte en un
excelente apóstol, porque irradia el gozo y la plenitud que nos dan el
llevar a Cristo muy dentro. ¡Cuanto más eficaz es el anuncio del
Evangelio cuando las palabras se ven respaldadas por el testimonio
luminoso de una vida cristiana coherente!
(Fuente: Camino hacia Dios - Movimiento de la Vida Cristiana)
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