Ojalá, Señor, te llegue mi voz.
Aquí estoy!
Sin grandes palabras que decir.
Sin grandes obras que ofrecer.
Sin grandes gestos que hacer.
Solo aquí. Solo. Contigo.
Recibiré aquello que quieras darme:
luz o sombra. Canto o silencio.
Esperanza o frío. Suerte o adversidad.
Alegría o intranquilidad. Calma o tormenta.
Y lo recibiré sereno,
con un corazón pacificado,
porque sé que Vos, mi Dios,
también eres un Dios pobre.
Un Dios a veces solo.
Un Dios que no exige, sino que invita.
Que no fuerza, sino que espera.
Que no obliga, sino que ama.
Y lo mismo haré en mi mundo,
con mis gentes, con mi vida:
aceptar lo que venga como un regalo.
Eliminar de mi diccionario la exigencia.
Subrayar el verbo "dar".
Preguntarte a menudo: "¿Qué necesitas?"
"¿Qué puedo hacer por Vos?",
y decir pocas veces "quiero" o "dame".
Y así sigo, Dios: Aquí,
sin más, en soledad.
En silencio.
Contigo, mi Dios.
(José M. R. Olaizola S.J.)
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