La cátedra de Moisés de la que Jesús habla no era ningún sitio concreto; quiere decir que los maestros de la Ley y los fariseos de su época, que eran los que más estudiaban y conocían los libros de las Sagradas Escrituras, tenían la responsabilidad de transmitir al pueblo las enseñanzas de Dios. Ellos sabían mucho sobre la Biblia, pero Jesús les acusa de no vivirla, de no cumplir lo que dicen. Pedían a la gente el cumplimiento estricto de todas las normas, pero ellos faltaban a la más básica, el amor a Dios y a los demás.
Jesús les recrimina que les gusta hacer ostentación social y religiosa. Las filacterias, por ejemplo, son unos pequeños estuches que contienen varios papelitos con fragmentos de la Escritura y se llevan atados a la frente y al brazo izquierdo (el del lado del corazón); los fariseos preferían llevar filacterias vistosas para que todo el mundo pensase que eran personas muy religiosas.
Para Jesús, en cambio, la religiosidad se vive de otra manera. Ante todo, reconociendo que solo Dios es Dios; a pesar de que tantas veces hacemos diosecillos de muchas de las cosas de nuestro mundo, como el dinero, el placer, la comodidad, el ocio o el egoísmo. La fe que Jesús propone es humilde, es de quienes se ponen al servicio, de los que no buscan honores ni reverencias.
¿A quién dirige Mateo estas palabras? Alguien decía que el mundo se arreglaría si cada uno arreglase… la casa del vecino. Esto mismo nos puede pasar leyendo esta lectura. Todos tenemos fácilmente consejos y recomendaciones para que los demás hagan bien las cosas, pero cuando tenemos que aplicárnoslas a nosotros… la cosa cambia. Resulta fácil pensar que la lectura va dirigida a los obispos, a los curas, a los que mandan en la Iglesia, y ciertamente es verdad, porque son responsables de seguir transmitiendo el evangelio. Pero las palabras de Jesús también se pueden aplicar a cualquier cristiano. Todos nos podemos sentir tentados por las reverencias o los honores, que pueden ser de muchos tipos. Todos podemos tener recetas fáciles para los demás que no vivimos.
Para todos va dirigido, también, el final de la lectura, que es muy positivo: nos recuerda que Dios es Padre y que Cristo es nuestro Señor, y que todos somos hermanos. ¡Qué alegría tener un Dios así, paternal, y un jefe así, que da su vida por amor!
(P. Javier Matoses - Biblia y vida)
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