“En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos y los mandó por
delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir
él. Y les decía:
-«La mies es abundante y los obreros pocos;
rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies. ¡Poneos en
camino! Mirad que os mando como corderos en medio de lobos. No llevéis
talega, ni alforja, ni sandalias; y no os detengáis a saludar a nadie
por el camino.»”
Me imagino que la labor de estos setenta y dos
era ir hablando de Jesús donde llegasen y no la de buscar el menú del
día más barato. Se pondrían en camino a hablar de Jesús. Ayer por la
mañana, mirando el sagrario, pensaba que hablar de Jesús es
apasionante.Comprendo al que le apasiona hablar de fútbol, de Fórmula 1 o
de la cría del arenque; pero todo eso es aburridísimo comparado con
hablar de Jesús. Porque hablar de Jesús es hablar de Él y de mi, de la
gente que me encuentro y de la situación del mundo. Cuando se habla de
Cristo uno no puede situarse desde la barrera, como quien habla de algún
político o de algún famoso. Hablar de Cristo es hablar de lo que Cristo
ha hecho en mi, de lo que he visto hacer en otros. Es hablar de
ilusión, de optimismo, de metas altas, de ideales nobles. Es hablar de
no estar solo y sacar el corazón del pecho para que todos puedan
contemplarlo, con sus heridas, pero curadas por Él.
Por eso da
cierta envidia San Lucas y el resto de los evangelistas. Fueron los
elegidos por el Espíritu Santo para contarnos a miles de millones de
personas a lo largo de los tiempos, la vida de Cristo, su “biografía
autorizada”. Seguramente en esta vida no fueron conscientes, pero cuando
desde el cielo contemplasen la difusión de sus escritos, la de
corazones que han tocado, la de mesillas de noche que presiden y las de
estanterías de día; seguramente se echaría a temblar y pensaría que Dios
tendría que haber elegido mejor…, pero Dios sabe a quien elige, de qué
instrumento se sirve para que el Espíritu Santo pueda actuar.
Seguramente si hoy te decides a hablar aun amigo, un compañero, un
familiar…, de la vida de Cristo y de lo que ha hecho en la tuya pienses
que es algo efímero, casi sin consecuencias. Pero si lo haces con fe,
guiado por el Espíritu Santo, puede ser que perdure tanto como el
Evangelio, aunque nadie se acuerde de ti.
Hablar de Cristo, no
tengamos miedo ni pereza, disfrutar hablando de aquel que tanto nos
quiere y tanto nos da…, que nos lo da todo.
(Arzobispado de Madrid)
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