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María, hermana y madre nuestra


María, hermana y madre nuestra, enséñanos a podar las ramas secas, a abandonar las rigideces de las estructuras mentales, a caldear la frigidez del corazón. Tú sabes, mejor que nadie porque lo expresaste en el "magníficat", que la religión no es una cárcel lóbrega y coaccionadamente ordenada, sino un verde y soleado horizonte que nos invita a buscar apasionada y gozosamente las huellas de tu Hijo. Tú, la mujer equilibrada, madura, libre y entregada, enséñanos a liberarnos de nuestras cegueras, a salir de nuestras parálisis, a sanar nuestras lepras para no contagiar los corazones limpios de nuestros hermanos.
Enséñanos a saborear la "libertad gozosa de los hijos de Dios". Aléjanos de la alargada y oscura sombra de la cruz porque en la sombra no está el Crucificado. Muéstranos la luz de la Cruz resucitada, nudo gozoso de adhesión a tu Hijo y a tus hijos, nuestros hermanos. Muéstranos de nuevo a tu Hijo vivo para que podamos descubrir el verdadero rostro del Padrecito Dios. ¡Virgencita nuestra, acompaña a tus hijos peregrinos, buscadores de paz, amor y felicidad verdadera! Amen.



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