SAN NARCISO DE JERUSALÉN (¿96?-¿212?) nació probablemente en el seno de una familia no judía que se había asentado en Palestina.
Por
la época en la que nació, es probable que San Narciso haya recibido la
fe de Jesús directamente de discípulos de los Apóstoles.
Podemos
inferir por las fuentes históricas que hacia mediados del siglo dos San
Narciso ya había sido nombrado presbítero, y ya desde entonces se
destacaba por su sentido de la prudencia.
Hacia el año 180,
cuando contaba con ochenta o más años, San Narciso fue designado como
Obispo de Jerusalén, siendo el número treinta en la sucesión.
En
su elevado cargo, a San Narciso de Jerusalén le correspondió presidir en
195 el Concilio de Cesárea, en el cual se buscaba unificar las fechas
de la celebración de la Pascua en toda la cristiandad.
Acaso por
envidia o por querer hacerlo a un lado a causa de ambiciones políticas,
sucedió que tres de sus clérigos inventaron falsos testimonios para
calumniarlo. En el momento de confrontarlos, los malos cristianos
afirmaron que si mentían, uno se dejaría quemar, el otro morir de hambre
y el tercero que le quitaran los ojos.
Ante lo cual San Narciso,
en vez de defenderse, se retiró al desierto a vivir como eremita. Y se
cuenta que Dios castigó a los difamadores con los castigos que ellos
mismos se habían impuesto, de modo que sólo sobrevivió uno, que se quedó
ciego.
Una vez pasado el incidente, San Narciso volvió a su
diócesis. Sin embargo, luego de algunos años se retiró del cargo por
sentirse muy anciano, con 110 años de edad, encomendándoselo a su
coadjutor, San Alejandro. San Narciso vivió todavía hasta los 116.
A
San Narciso de Jerusalén se le atribuye el milagro de haber
transformado vasijas de agua en vasijas de aceite durante una
celebración de Pascua, y así los asistentes pudieron encender sus
lámparas en la noche. Es por esto que iconográficamente se le representa
con una jarra a los pies.
SAN NARCISO DE JERUSALÉN nos enseña el valor de la fuerza de espíritu para ignorar las calumnias.
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