La alegría al encontrar a la oveja perdida o la moneda extraviada es
proporcional al esfuerzo invertido en encontrarla. La alegría de Jesús
no está en el valor de la oveja o de la moneda (que ciertamente tienen
en sí un valor nada despreciable) sino en el hecho de encontrar lo
perdido. Lo que hace importante a la oveja o a la moneda es,
propiamente, el hecho de hallarse perdidas. El que busca se alegra más,
si cabe, por el esfuerzo recompensado al encontrar lo perdido que por el
valor en sí de lo extraviado.
Algo así es Dios. Es como un buen pastor que no da nunca nada ni a
nadie por perdido. Cuando nos alejamos de él, se alegra al volvernos a
encontrar. Se alegra cuando volvemos al redil y nunca deja de buscarnos.
Con esta parábola, Jesús nos quiere explicar y desvelar cómo es el
verdadero rostro de Dios y, de paso, el ideal humano al que estamos
llamados. El Dios que se nos revela en Jesús no es un Dios despreocupado
e indolente, sino ese Dios-amor que nos busca y se desvela por
nosotros; que pone pasión en buscarnos porque le importamos. Hoy somos
nosotros invitados a encontrar en esta forma de ser de Dios la nuestra y
a no dar nunca a nadie por perdido. Todos tenemos un lugar en el
corazón de Dios y Él no quiere que nadie se pierda de su mano.
(Fernando Prado, cmf - Ciudad Redonda)
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