ÚLTIMO DOMINGO DEL AÑO LITÚRGICO:
Cristo es el Rey del universo
y de cada uno de nosotros.
Es una de las fiestas
más importantes del calendario litúrgico, porque celebramos que Cristo es
el Rey del universo. Su Reino es el Reino de
la verdad y la vida, de la santidad y la
gracia, de la justicia, del amor y la paz.
Un
poco de historia
La fiesta de Cristo Rey fue instaurada por
el Papa Pío XI el 11 de Marzo de 1925.
El Papa quiso motivar a los católicos a reconocer
en público que el mandatario de la Iglesia es Cristo
Rey.
Posteriormente se movió la fecha de la celebración dándole un
nuevo sentido. Al cerrar el año litúrgico con esta fiesta
se quiso resaltar la importancia de Cristo como centro de
toda la historia universal. Es el alfa y el omega,
el principio y el fin. Cristo reina en las personas
con su mensaje de amor, justicia y servicio. El Reino
de Cristo es eterno y universal, es decir, para siempre
y para todos los hombres.
Con la fiesta
de Cristo Rey se concluye el año litúrgico. Esta fiesta
tiene un sentido escatólogico pues celebramos a Cristo como Rey
de todo el universo. Sabemos que el Reino de Cristo
ya ha comenzado, pues se hizo presente en la tierra
a partir de su venida al mundo hace casi dos
mil años, pero Cristo no reinará definitivamente sobre todos los
hombres hasta que vuelva al mundo con toda su gloria
al final de los tiempos, en la Parusía.
Si quieres conocer
lo que Jesús nos anticipó de ese gran día, puedes
leer el Evangelio de Mateo 25,31-46.
En la fiesta de Cristo
Rey celebramos que Cristo puede empezar a reinar en nuestros
corazones en el momento en que nosotros se lo permitamos,
y así el Reino de Dios puede hacerse presente en
nuestra vida. De esta forma vamos instaurando desde ahora el
Reino de Cristo en nosotros mismos y en nuestros hogares,
empresas y ambiente.
Jesús nos habla de las
características de su Reino a través de varias parábolas en
el capítulo 13 de Mateo:
“es semejante a un grano
de mostaza que uno toma y arroja en su huerto
y crece y se convierte en un árbol, y las
aves del cielo anidan en sus ramas”;
“es semejante al
fermento que una mujer toma y echa en tres medidas
de harina hasta que fermenta toda”; “es semejante a
un tesoro escondido en un campo, que quien lo encuentra
lo oculta, y lleno de alegría, va, vende cuanto tiene
y compra aquel campo”;
“es semejante a un mercader que
busca perlas preciosas, y hallando una de gran precio, va,
vende todo cuanto tiene y la compra”.
En ellas,
Jesús nos hace ver claramente que vale la pena buscarlo
y encontrarlo, que vivir el Reino de Dios vale más
que todos los tesoros de la tierra y que su
crecimiento será discreto, sin que nadie sepa cómo ni cuándo,
pero eficaz.
La Iglesia tiene el encargo de predicar y extender
el reinado de Jesucristo entre los hombres. Su predicación y
extensión debe ser el centro de nuestro afán vida como
miembros de la Iglesia. Se trata de lograr que Jesucristo
reine en el corazón de los hombres, en el seno
de los hogares, en las sociedades y en los pueblos.
Con esto conseguiremos alcanzar un mundo nuevo en el que
reine el amor, la paz y la justicia y la
salvación eterna de todos los hombres.
Para lograr que Jesús reine
en nuestra vida, en primer lugar debemos conocer a Cristo.
La lectura y reflexión del Evangelio, la oración personal y
los sacramentos son medios para conocerlo y de los que
se reciben gracias que van abriendo nuestros corazones a su
amor. Se trata de conocer a Cristo de una
manera experiencial y no sólo teológica.
Acerquémonos a la Eucaristía,
Dios mismo, para recibir de su abundancia. Oremos con profundidad
escuchando a Cristo que nos habla.
Al conocer a
Cristo empezaremos a amarlo de manera espontánea, por que Él
es toda bondad. Y cuando uno está enamorado se le
nota.
El tercer paso es imitar a Jesucristo. El amor nos
llevará casi sin darnos cuenta a pensar como Cristo, querer
como Cristo y a sentir como Cristo, viviendo una vida
de verdadera caridad y autenticidad cristiana. Cuando imitamos a Cristo
conociéndolo y amándolo, entonces podemos experimentar que el Reino de
Cristo ha comenzado para nosotros.
Por último, vendrá
el compromiso apostólico que consiste en llevar nuestro amor a
la acción de extender el Reino de Cristo a todas
las almas mediante obras concretas de apostolado. No nos podremos
detener. Nuestro amor comenzará a desbordarse.
Dedicar nuestra vida a la
extensión del Reino de Cristo en la tierra es lo
mejor que podemos hacer, pues Cristo nos premiará con una
alegría y una paz profundas e imperturbables en todas las
circunstancias de la vida.
A lo largo de la historia hay
innumerables testimonios de cristianos que han dado la vida por
Cristo como el Rey de sus vidas. Un ejemplo son
los mártires de la guerra cristera en México en los
años 20’s, quienes por defender su fe, fueron perseguidos y
todos ellos murieron gritando “¡Viva Cristo Rey!”.
La fiesta de
Cristo Rey, al finalizar el año litúrgico es una oportunidad
de imitar a estos mártires promulgando públicamente que Cristo es
el Rey de nuestras vidas, el Rey de reyes, el
Principio y el Fin de todo el Universo.
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