Una
vida de oración no consiste en pasar el tiempo de rodillas hablando
incesantemente a Dios, sino una vida en la que el hombre está siempre
consciente de que está dentro y fuera de Él, y encima y debajo de Él, y arriba
y abajo y en torno y todo alrededor de Él. Por tanto, ser hombre de oración no
significa ser un hombre cuyas palabras, hechos y pensamientos sean sobre Dios,
sino dirigidos a Dios. Un hombre que coma y beba, que duerma y trabaje, que ría
y que llore, que sufra y se regocije, triunfe y fracase en Dios y por el honor
y la gloria de Dios.
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