¡Qué refrán tan sabio el que tantas veces
nuestros padres nos repitieron!: "Cuida y valora lo que tienes, pues
sólo sabrás lo que has tenido, el día que lo pierdas".
Vivimos
en medio de un frenetismo espantoso, no tenemos tiempo para convivir. Si
no es el gimnasio, es la clase de tenis, si no es el tenis, es la clase
de inglés, el tiempo y las horas que paso frente al televisor. Que
tengo que ir a la clase de computación, me dirá uno; que me esperan mis
amigos para ir al antro, otro dirá emocionado. Así nos pasamos horas,
días y meses en miles de actividades y dejamos de lado la posibilidad de
convivir con nuestros seres queridos.
Nuestra relación,
gracias al activismo desenfrenado, se va opacando, se va secando, y
llegará un momento, Dios no lo quiera, en que no habrá vuelta de hoja.
Había una joven muy rica que tenía de todo, un marido maravilloso,
hijos perfectos, un empleo que le daba muchísimo bien, una familia
unida. Lo extraño es que ella no conseguía conciliar todo eso, el
trabajo y los quehaceres le ocupaban todo el tiempo y su vida siempre
estaba descuidada en algún área.
Si el trabajo le consumía
mucho tiempo, ella lo quitaba de los hijos, si surgían problemas, ella
dejaba de lado al marido... Y así, las personas que ella amaba eran
siempre dejadas para después. Hasta que un día su padre, un hombre muy
sabio, le dio un regalo; una flor carísima y rarísima, de la cual sólo
había un ejemplar en todo el mundo. Y le dijo: "Hija, esta flor te va a
ayudar mucho, ¡más de lo que imaginas! tan sólo tendrás que regarla y
podarla de vez en cuando, y a veces conversar un poco con ella, y ella
te dará a cambio ese perfume maravilloso y esas maravillosas flores". La
joven quedó muy emocionada, a fin de cuentas, la flor era de una
belleza sin igual.
Pero el tiempo fue pasando, los problemas
surgieron, el trabajo consumía todo su tiempo; y su vida que continuaba
confusa, no le permitía cuidar de la flor. Ella llegaba a casa, miraba
la flor y las flores todavía estaban allá, no mostraban señal de
flaqueza o muerte, apenas estaban allá, lindas y perfumadas. Entonces
ella pasaba de largo. Hasta que un día, sin más ni menos, la flor murió.
Ella llegó a casa y se llevó un susto, la flor estaba completamente
muerta, su raíz estaba reseca, sus flores caídas y sus hojas amarillas.
La joven lloró mucho y contó a su padre lo que había ocurrido. Su padre
entonces respondió: "Yo ya me imaginaba que eso ocurriría, y no te puedo
dar otra flor, porque no existe otra flor igual a esa, ella era
única,... al igual que tus hijos, tu marido y tu familia".
Todas son bendiciones que el Señor te dio, pero tú tienes que aprender a
regarlas, podarlas y darles atención, pues al igual que la flor, los
sentimientos también mueren. Te acostumbraste a ver la flor siempre
allí, siempre florida, siempre perfumada, y te olvidaste de cuidarla.
Hoy es el día en que hagamos nuestra listita de prioridades y pongamos
en ella, sí ¿por qué no? a todas aquellas personas que he dejado de
visitar, acompañar y compartir en este presente que me acompaña.
¿Hace cuánto tiempo que no ves a tu mamá o a tu abuelita, has platicado
con ellas, les has llevado un pequeño presente? ¿Y tus padrinos de
bautismo o primera comunión, ya los saludaste para el día de su
cumpleaños? ¿Qué decir de aquel compadre que hasta la pista le perdiste?
Pero para qué ir tan lejos, entra a tu casa y ve a tus hijos, sobrinos,
primos y hermanos, ¿no será que otros quehaceres, pasatiempos u
obligaciones ocupan tus días y tus horas?
Hoy haz un corte de caja y retoma esta relación, verás que la vida tendrá un nuevo brillo, no sólo para tí.
(P. Dennis Doren L.C.)
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