Silencio y oración
Si nos dejamos guiar por el libro más
antiguo de oración, los Salmos bíblicos, encontraremos en ellos dos
formas principales de la oración. Por un lado, la lamentación y la
llamada de auxilio, y por otra el agradecimiento y la alabanza. De un
modo más escondido, existe un tercer tipo de oración, sin súplica ni
alabanza explícita. El Salmo 131, por ejemplo, no es más que calma y
confianza: «Mantengo mi alma en paz y en silencio… Pon tu esperanza en
el Señor, ahora y por siempre.»
A veces la oración calla, pues
una comunión apacible con Dios puede prescindir de palabras. «Acallo y
modero mis deseos, como un niño en brazos de su madre.» Como un niño
privado de su madre que ha dejado de llorar, así puede ser «mi alma en
mí» en presencia de Dios. La oración entonces no necesita palabras,
quizás ni reflexiones.
¿Cómo llegar al silencio interior? A
veces permanecemos en silencio, pero en nuestro interior discutimos
fuertemente, confrontándonos con nuestros interlocutores imaginarios o
luchando con nosotros mismos. Mantener nuestra alma en paz supone una
cierta sencillez: «No pretendo grandezas que superan mi capacidad.»
Hacer silencio es reconocer que mis preocupaciones no pueden mucho.
Hacer silencio es dejar a Dios lo que está fuera de mi alcance y de mis
capacidades. Un momento de silencio, incluso muy breve, es como un
descanso sabático, una santa parada, una tregua respecto a las
preocupaciones.
La agitación de nuestros pensamientos se puede
comparar a la tempestad que sacudió la barca de los discípulos en el mar
de Galilea cuando Jesús dormía. También a nosotros nos ocurre estar
perdidos, angustiados, incapaces de apaciguarnos a nosotros mismos. Pero
también Cristo es capaz de venir en nuestra ayuda. Así como amenazó el
viento y el mar y «sobrevino una gran calma», él puede también calmar
nuestro corazón cuando éste se encuentra agitado por el miedo y las
preocupaciones (Marcos 4).
Al hacer silencio, ponemos nuestra
esperanza en Dios. Un salmo sugiere que el silencio es también una forma
de alabanza. Leemos habitualmente el primer versículo del salmo 65: «Oh
Dios, tú mereces un himno». Esta traducción sigue la versión griega,
pero el hebreo lee en la mayor parte de las Biblias: «Para ti, oh Dios,
el silencio es alabanza.» Cuando cesan las palabras y los pensamientos,
Dios es alabado en el asombro silencioso y la admiración.
La Palabra de Dios: trueno y silencio
En el Sinaí, Dios habla a Moisés y a los israelitas. Truenos,
relámpagos y un sonido de trompeta cada vez más fuerte precedía y
acompañaba la Palabra de Dios (Éxodo 19). Siglos más tarde, el profeta
Elías regresa a la misma montaña de Dios. Allí vuelve a vivir la
experiencia de sus ancestros: huracán, terremoto y fuego, y se encuentra
listo para escuchar a Dios en el trueno. Pero el Señor no se encuentra
en los fenómenos tradicionales de su poder. Cuando cesa el ruido, Elías
oye «un susurro silencioso», y es entonces cuando Dios le habla. (1
Reyes 19).
¿Habla Dios con voz fuerte o en un soplo de
silencio? ¿Tomaremos como modelo al pueblo reunido al pie del Sinaí?
Probablemente sea una falsa alternativa. Los fenómenos terribles que
acompañan la entrega de los diez mandamientos subrayan su importancia.
Guardar los mandamientos o rechazarlos es una cuestión de vida o muerte.
Quien ve a un niño correr hacia un coche que está pasando tiene razón
de gritar lo fuerte que pueda. En situaciones análogas, han habido
profetas que han anunciado la palabra de Dios de modo que resuene
fuertemente a nuestros oídos.
Palabras que se dicen con voz
fuerte se hacen oír, impresionan. Pero sabemos bien que éstas no tocan
casi los corazones. En lugar de una acogida, éstas encuentran
resistencia. La experiencia de Elías muestras que Dios no quiere
impresionarnos, sino ser comprendido y acogido. Dios ha escogido «una
voz de fino silencio» para hablar. Es una paradoja:
Dios es silencioso, y sin embargo habla
Cuando la palabra de Dios se hace «voz de fino silencio», es más eficaz
que nunca para cambiar nuestros corazones. El huracán del monte Sinaí
resquebrajaba las rocas, pero la palabra silenciosa de Dios es capaz de
romper los corazones de piedra. Para el propio Elías, el súbito silencio
era probablemente más temible que el huracán y el trueno. Las
manifestaciones poderosas de Dios le eran, en cierto sentido,
familiares. Es el silencio de Dios lo que le desconcierta, pues resulta
tan diferente a todo loque Elías conocía hasta entonces.
El
silencio nos prepara a un nuevo encuentro con Dios. En el silencio, la
palabra de Dios puede alcanzar los rincones más ocultos de nuestro
corazón. En el silencio, la palabra de Dios es «más cortante que una
espada de dos filos: penetra hasta la división del alma y del espíritu.»
(Hébreos 4,12). Al hacer silencio, dejamos de escondernos ante Dios, y
la luz de Cristo puede alcanzar y curar y transformar icluso aquello de
lo que tenemos vergüenza.
Silencio y amor
Cristo dice: «Éste es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros
como yo os he amado» (Juan 15,12). Tenemos necesidad de silencio para
acoger estas palabras y ponerlas en práctica. Cuando estamos agitados
einquietos, tenemos tantos argumentos y razones para no perdonar y no
amar demasiado y con facilidad. Pero cuando mantenemos «nuestra alma en
paz y en silencio», estas razones se desvanecen. Quizás evitamos a veces
el silencio, prefiriendo en vez cualquier ruido, cualquier palabra o
distracción, porque la paz interior es un asunto arriesgado: nos hace
vacíos y pobres, disuelve la amargura y las rebeliones, y nos conduce al
don de nosotros mismos. Silenciosos y pobres, nuestros corazones son
conquistados por el Espíritu Santo, llenos de un amor incondicional. De
manera humilde pero cierta, el silencio conduce a amar.
(Fuente: www.taize.fr)
No hay comentarios:
Publicar un comentario