"Simón, hijo de Juan, ¿me amas?". El le respondió: "Sí, Señor, sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas". (Jn. 21, 16)
Mc 5, 21-43
Cuando Jesús regresó en la barca a la otra orilla, una gran multitud se
reunió a su alrededor, y él se quedó junto al mar. Entonces llegó uno de
los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se arrojó a sus
pies, rogándole con insistencia: "Mi hijita se está muriendo; ven a
imponerle las manos, para que se sane y viva". Jesús fue con él y lo
seguía una gran multitud que lo apretaba por todos lados. Se encontraba
allí una mujer que desde hacía doce años padecía de hemorragias. Había
sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes
sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor. Como había oído
hablar de Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su
manto, porque pensaba: "Con sólo tocar su manto quedaré sanada".
Inmediatamente cesó la hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba
sanada de su mal. Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había
salido de él, se dio vuelta y, dirigiéndose a la multitud, preguntó:
"¿Quién tocó mi manto?". Sus discípulos le dijeron: "¿Ves que la gente
te aprieta por todas partes y preguntas quién te ha tocado?". Pero él
seguía mirando a su alrededor, para ver quién había sido. Entonces la
mujer, muy asustada y temblando, porque sabía bien lo que le había
ocurrido, fue a arrojarse a sus pies y le confesó toda la verdad. Jesús
le dijo: "Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda sanada de tu
enfermedad". Todavía estaba hablando, cuando llegaron unas personas de
la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: "Tu hija ya murió; ¿para
qué vas a seguir molestando al Maestro?". Pero Jesús, sin tener en
cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: "No temas, basta que
creas". Y sin permitir que nadie lo acompañara, excepto Pedro, Santiago y
Juan, el hermano de Santiago, fue a casa del jefe de la sinagoga. Allí
vio un gran alboroto, y gente que lloraba y gritaba. Al entrar, les
dijo: "¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que
duerme". Y se burlaban de él. Pero Jesús hizo salir a todos, y tomando
consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con él,
entró donde ella estaba. La tomó de la mano y le dijo: "Talitá kum", que
significa: "¡Niña, yo te lo ordeno, levántate!". En seguida la niña,
que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar. Ellos, entonces,
se llenaron de asombro, y él les mandó insistentemente que nadie se
enterara de lo sucedido. Después dijo que dieran de comer a la niña.
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