Mientras miraba una pequeña herida que me hice hace pocos días en mi
mano, observaba como el daño en mi piel iba hora a hora desapareciendo,
borrándose. Las células de a poco se iban regenerando para dejar mi piel
exactamente como era antes del corte. ¿Acaso alguien puede dudar de la
existencia de Dios, al observar como se suelda un hueso quebrado, o se
cicatriza una herida?. Los médicos, testigos cotidianos de tantos
milagros de sanación, debieran ser los primeros evangelizadores, como lo
fue San Lucas. ¿Qué extraña fuerza interior puede producir la
recomposición de las fibras, la regeneración de lo lastimado, si no es
Dios?.
Hoy, meditando con inmenso dolor en muchas cosas no muy
buenas que he hecho en mi pasado, he pensado que el poder olvidar es
también un Don de Dios, es el equivalente a la cicatrización de las
heridas. Es una forma que El nos
concede de sanarnos interiormente, para poder seguir viviendo pese a los
golpes que sufrimos en el transcurso de los años. Cuando el dolor o la
culpa nos arrasan el alma, castigando nuestra mente con recuerdos
dolorosos, sentimos una conmoción interior, una necesidad de apretar los
dientes, una sacudida que nos dice, nos grita, ¡qué me ha pasado, qué
he hecho!. Cuando estas arremetidas del pasado asaltan mi alma, suelo
gritarle al Señor en mi interior: ¡piedad, Hijo de David!. Una y otra
vez, le pido piedad a Jesús. Siento que estoy a la vera del camino de la
vieja Palestina, mientras mi Señor pasa junto a mí, y le grito otra
vez, ¡piedad, Hijo de David!. Sé que el dolor es parte de la sanación,
pero cuando el Señor nos ha perdonado los pecados en el Sacramento de la
Confesión, ¡El si que los ha olvidado!.
Cómo nos cuesta entender
y creer que Jesús
realmente perdona y olvida nuestros pecados. Solemos confesar una y otra
vez el mismo pecado cometido años atrás, demostrando falta de fe en
nuestro Dios, que ya ha dado vuelta la página y nos ha lavado con el
agua de Su Misericordia. Sin embargo, nosotros, seguimos volviendo a
sentir esa espada que atraviesa nuestro corazón con ese recuerdo. Es en
ese momento que debemos pedirle a Dios el Don de olvidar, de dejar atrás
esa mancha oscura de nuestra alma, borrarla totalmente. Que hermoso es
conocer gente que tiene ese Don, esa capacidad de levantarse pese a las
más profundas caídas, y puede mirar una vez más el futuro con optimismo y
esperanza. ¡Dejando el pasado totalmente enterrado detrás de sí!. Y
viviendo la alegría de los hijos de Dios, que se saben perdonados, y
acogidos nuevamente en los brazos amorosos de María, nuestra Madre
Misericordiosa.
El Señor nos ha dado todo lo
que somos, ha impregnado nuestra naturaleza humana de dones,
herramientas que debemos llevar por la vida como sostén de nuestro
cuerpo y alma. El poder olvidar, dar vuelta la página de las etapas más
dolorosas de nuestra vida, es también una herramienta que El nos
concede. El poder olvidar es abrir las puertas a la cicatrización de las
heridas del pasado, aceptando con fe, esperanza y alegría el perdón de
nuestro Buen Dios.
Jesús, como el Gran Médico de las almas,
quiere que vivamos de cara al futuro, con esperanza, confiados en Su
perdón, felices de tenerlo como Dios y Amigo. Sé que tienes dolores, que
los recuerdos te asaltan como un ladrón en la noche, cuando menos los
esperas. Que quisieras volver al pasado, y cambiar tu historia. No
quisiste vivir tanto dolor, es demasiado fuerte para poder soportarlo.
¡Pero se ha ido!. Mira la luz, mira el día, mira a la Madre de
Jesús que te invita a amarla, que te ofrece sus brazos amorosos para
cobijarte, para tenerte allí, junto a Ella, como lo hizo Jesús. ¿Acaso
no te ha perdonado tu Dios?. Da vuelta la página, ilumina tu rostro con
una hermosa sonrisa, para que Jesús pueda mirarte, sonreír, y decirte:
¡Abrázame, dame tu amor, tu amistad, tu afecto, deseo tenerte en Mi, porque te quiero feliz de saber que te amo!
(Oscar Schmidt - Reinadelcielo.org)
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