SAN SEVERINO (410-482) nació en Roma o en el norte de África, en la época de las invasiones bárbaras al Imperio Romano.
Su
discípulo Eugipio cuenta que San Severino nació en una noble familia
romana, y que durante su juventud vivió muchos años como ermitaño en el
desierto.
Cuando San Severino se enteró de la muerte del bárbaro
Atila, el huno, se sintió llamado a servir a la Iglesia en la
restauración de lo que los invasores habían arrasado.
Con este
fin se dirigió al centro de Europa, estableciéndose entre las provincias
romanas de Nórico y de Panonia, que equivalen aproximadamente al sur de
Baviera y de Bohemia, Eslovaquia y Hungría.
Esa región era la
que sufría de forma más severa la penetración de los nómadas invasores.
No obstante, las prédicas de San Severino fueron muy efectivas para
disminuir la belicosidad de los bárbaros.
La labor evangelizadora
de San Severino fructificó sobre todo en el río Danubio, entre Passau,
Alemania, y Viena, en Austria. Rarios caudillos bárbaros llegaron a
sentir un gran respeto por él.
Aparte de fundar varios
monasterios y encargar que proveyeran a la gente más pobre, en sus
labores de intermediario San Severino de Nórico rescató a numerosos
prisioneros, salvando así muchas vidas.
Luego de profetizar la desaparición de Nórico, falleció en Flavianis, la actual Mautern, cerca de Krems, en Austria.
Tras
su muerte, sus vestigios fueron conducidos a Castrum Lucullanum, la
actual Nápoles, en Italia; actualmente reposan cerca de esa ciudad, en
Frattamaggiore.
San Severino es santo patrono de Baviera y primer apóstol de Austria; un barrio en Viena lleva su nombre.
SAN SEVERINO nos enseña el valor de la diplomacia para resolver conflictos entre pueblos diferentes.
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