Nació en Roma, cerca de 290. Era todavía casi una niña cuando murió,
martirizada durante las persecuciones del emperador Diocleciano.
Debió
haber sido muy hermosa, pues el hijo del alcalde de la ciudad se prendó
de ella y la deseó como esposa. Sin embargo, Inés, que en su familia
había recibido en secreto educación cristiana, había decidido consagrar a
Cristo su virginidad, y así se lo hizo saber al joven.
Pero éste no aceptó el rechazo y la acusó con su padre, quien de inmediato ordenó apresarla.
Ya
prisionera, la amenazaban con quemarla viva si no cambiaba de opinión,
pero la joven Inés no se inmutaba. Otra versión comenta que fue
presentada desnuda en una casa de prostitución por haberse negado a
rendir sacrificios a los dioses romanos.
A sus doce años de edad,
fue condenada a morir degollada. Se dice que sobre el cadalso ella urgía
al verdugo a que ejecutara su cometido, ofreciendo el cuello al filo de
la espada y diciéndole que de ese modo ella se reuniría más pronto con
Cristo, su único amado.
Dado que el nombre de Inés deriva de la
palabra “cordero” en latín, el 21 de enero se da la bendición a los
corderos que darán su lana para confeccionar los palios que distinguen a
los arzobispos.
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