A los treinta y cinco años de edad, san Román se retiró a los bosques
del Jura, en la frontera de Francia y Suiza para vivir como ermitaño.
Llevó consigo las "Vidas de los Padres del desierto" de Casiano, algunos
útiles de trabajo y un poco de semilla y se abrió camino hasta la
confluencia del Bienne y el Aliére. En aquellas escarpadas montañas de
difícil acceso, encontró la soledad que buscaba. A la sombra de un
gigantesco pino, pasaba el día en la oración, la lectura espiritual y el
cultivo de la tierra. Al principio, sólo las bestias y uno que otro
cazador turbaban su retiro; pero pronto fueron a reunírsele su hermano,
Lupicino y uno o dos compañeros más. Después llegaron otros muchos
aspirantes a la vida eremítica, entre ellos una hermana de san Román y
varias otras mujeres.
Los dos hermanos construyeron los
monasterios de Condal y Leuconne, a tres kilómetros de distancia uno del
otro y, para las mujeres, erigieron el monasterio de La Baume, donde
actualmente se levanta el pueblecito de Saint-Roman-de-la-Roche. Los dos
hermanos desempeñaban simultáneamente el cargo de abad, en perfecta
armonía, aunque Lupicino tendía a ser más estricto. Este último habitaba
generalmente en el monasterio de Leuconne; al enterarse de que los
monjes de Condal empezaban a comer un poco mejor, se presentó en el
monasterio y les prohibió tal innovación. Aunque el ideal de san Román y
san Lupicino era imitar a los anacoretas del oriente, las diferencias
de clima les obligaron a modificar ciertas austeridades. Los galos eran
muy dados a los placeres de la mesa; a pesar de ello, jamás probaban los
monjes la carne, y sólo comían huevos y leche cuando estaban enfermos.
Pasaban gran parte del día en duros trabajos manuales, vestían pieles de
animales y usaban suecos. Esto les protegía de la lluvia, pero no del
cruel frío del invierno, ni de los ardientes rayos del sol en el verano,
reflejados por las rocas.
San Román hizo una peregrinación al
actual Saint-Maurice de Valais para visitar el sitio del martirio de la
Legión Tebana. En el camino curó a dos leprosos; la fama del milagro
llegó antes que él a Ginebra y, al pasar por la ciudad, el obispo, el
clero y el pueblo salieron a saludarle. Su muerte ocurrió el año 460.
Según su deseo, fue sepultado en la iglesia del convento gobernado por
su hermano, Lupicino.
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