A uno de aquellos reyes antiguos le obsequiaron dos pequeñas águilas
para ser entrenadas. Pasados unos meses, fue informado que una estaba
perfectamente entrenada, mientras la otra no se había movido de la rama
en que fue colocada el primer día.
Curanderos y sabios sanadores examinaron el águila. Nadie logró
hacerla volar. El Rey ofreció una recompensa a quien lo lograra.
La siguiente mañana el águila volaba ágilmente. De inmediato pidió
hablar con el autor de ese portento, presentándole un humilde campesino.
- ¿Cómo lo hiciste? ¿Eres mago o brujo?
- Fue fácil, Su Majestad. Yo tan sólo corté la rama y el águila voló. Se dio cuenta que tenía alas y se lanzó a volar.
Dice Fray Fernando Rodríguez que en la vida tenemos que pasar por
muchas pruebas, algunas de ellas tan duras que incluso nos hacen dudar
de nuestra fe. Todos pasamos por momentos dolorosos en los que
levantamos la mirada al cielo, reclamando… “¿Por qué me has abandonado?”
De esto, ni Jesús se libró.
Sin embargo, como bien señala San José María Escrivá, “cuando nos
decidimos a contestar al Señor: mi libertad para ti, nos encontramos
liberados de todas las cadenas que nos habían atado a cosas sin
importancia, a preocupaciones ridículas, a ambiciones mezquinas”.
“Hagan alto en el camino y vean. Pregunten por los caminos de
antes: ¿Es esa la senda buena? Pues síganla, y hallarán la paz para sus
almas” (Jer 6, 16). Ustedes verán al punto “cómo se allanan las cuestas y
se nivelan los declives” (Is 40, 4). Gusten y vean “que el Señor es
bueno” (Sal 23, 9). Ante la palabra de Cristo en el Evangelio: “Vengan a
mí todos los que estén fatigados y cargados, que yo los aliviaré” (Mt
11, 28), depondrán el peso abrumador de sus pecados.
La senda del Señor es todo refrigerio, si se marcha por ella.
Somos nosotros mismos quienes nos creamos dolores y tormentos por
nuestras preocupaciones, siempre que preferimos seguir los caminos
tortuosos del mundo, incluso a trueque de peligros y dificultades.
(Casiano).
Entonces, “si te sientes cansado y deprimido. Si en tu vida no
tienes ya consuelo. Si piensas que has perdido la esperanza, serénate un
momento y mira al cielo.
Si te sientes al borde de un abismo y una fuerza te empuja hacia el
infierno. Si ya nada te atrae o te seduce, serénate un momento y mira
al cielo.
Luego baja la vista y más tranquilo, contempla en derredor cuánto
hay de bueno: bosques, ríos, montañas y llanuras, maravillas sin par de
nuestro suelo.
Todo ello te fue dado, es don gratuito: las flores del jardín y el
canto del ave al pie de tu ventana, que te invita a comenzar de nuevo.
Educa tus sentidos y percibe la suave melodía que el Eterno inspiró
para el arte de Beethoven y de tantos artistas que no han muerto.
Si es invierno, revuélcate en la nieve. Si es verano, navega mar
adentro. No temas, el Señor está contigo. No te tomes la vida tan en
serio.
Y luego, aligerado de la carga y el peso de nefastos sentimientos,
relájate en tu silla favorita, respira hondo, y vuelve a ver el cielo”.
Y tú… ¿a qué te estás aferrando que no puedes empezar tu vuelo?
¿Qué estás esperando para soltarte? ¡No puedes descubrir nuevos mares a
menos que tengas el coraje de volar!
¡Confía en el Señor y suéltate de esa rama!
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