Cada mañana, desde sus laboratorios, las empresas silleras se enzarzan
en singular batalla por sacar a la luz la silla más ergonómica del
mercado...
Sillas con capacidad giratoria. Sillas con respaldo móvil y
adaptable a todo tipo de espaldas, incluida la del jorobado de Notre
Dame. Sillas con sistema hidráulico o neumático de altura ajustable a
cada cual. Sillas que congenian anatómicamente con el ángulo de
inclinación de la pantalla de la computadora y la posición de las manos
en el teclado. Sillas reductoras del estrés lumbar.
Poltronas modernamente acojinadas que permiten a cualquier
oficinista trabajar 18 horas seguidas sintiéndose sobre una celestial
nube. Sillas que anulan cualquier elemento tosco y esconden tan bien
los tornillos que luego no hay quien las desarme. Sillas con cantos
redondeados y homologados, claro, por los ingenieros del CIME (Comité
Internacional de Mueblistas por la Ergonomía).
Sillas tapizadas con piel de cocodrilo que -científicamente
comprobado- logran que el inquilino se transporte en la imaginación a un
emocionante pantano del Amazonas, casi sin darse cuenta de que se
encuentra metido en la oficina modificando meticulosas, interminables e
insufribles fórmulas de Excel.
Sillas con ruedas, claro. Ya es cosa del pasado oscurantista la
incomodidad de levantar o arrastrar una silla. Ruedas que te llevan al
último rincón de la oficina en fracciones de segundo: al armario, al
archivo, al pequeño refrigerador (quien tenga) o hasta el umbral de la
oficina contigua para compartir el último chisme de la vecindad; perdón,
de los Headquarters.
En fin, que la silla ergonómica perfecta nunca llega pues siempre se le puede ergonomizar algo más.
Y esto de la ergonomía no se contenta con el mercado de las sillas.
Puedes toparte con un tenedor ergonómico: medida y volumen perfectos,
distancia ideal entre los pinchos, que, desde luego, son redondeados
para evitar accidentes de mal pulso o de fatales distracciones que
desvíen el bocado de su objetivo natural y lo lleven a estamparse contra
la nariz o la mejilla... Más que nada para evitar que a algún listillo
se le ocurra demandar a la compañía cubertera por no cumplir con los
niveles mínimos de ergonomía.
Y de los tenedores nos vamos a los clips, inoxidables, cubiertos de
plástico, que no pican, y con la parte central ligeramente levantada
para hacer más ergonómica la operación de sujetar unos papeles.
¡Ay!, la ergonomía no hay quien la detenga. Entra a los coches, y a
los aviones, y a los zapatos, y a las casas, y hasta a los parques
naturales, y a la vida y a la amistad, y a la fe...
Una fe cómoda. Un cristianismo que no hace ruido, que no molesta a nadie, que no duele. O sea, cristianismo ergonómico...
El Evangelio te pide amar a Dios sobre todas las cosas. “Bien. Sí.
Sobre todas las cosas menos sobre mi juguete preferido.” O sea,
cristianismo ergonómico.
El Evangelio te pide tomar la cruz. “Bien, de acuerdo, pero pásame
un buen cojín para el hombro, contrátame tres ayudantes fieles para que
la carguen por mí, y que la cruz sea de la madera más ligera del
mercado”. O sea, cristianismo ergonómico.
El Evangelio te dice que los limpios de corazón son los que verán a Dios.
“Bien pero no es para tanto, tranquilo, no hay que ser exagerado,
si todo el mundo lo hace no tiene que estar tan mal.” O sea,
cristianismo ergonómico.
El Evangelio te pide amar a tu enemigo. “Sí. Estoy de acuerdo.
Sólo a este desgraciado lo odiaré toda mi vida.” O sea, cristianismo
ergonómico.
El Evangelio te pide perdonar setenta veces siete. “Bien, pero a
éste, no. Es que es un caso especial. Lo que me hizo es imperdonable.”
O sea, cristianismo ergonómico.
El Evangelio te pide desapegarte de tus posesiones. “Sí. Lo que
pasa es que estamos en el siglo del consumismo, y por lo mismo tengo
que comprar y comprar, da igual si no lo necesito.” O sea, cristianismo
ergonómico.
El Evangelio te invita a la oración. “Sí, es importante, pero no
hay tiempo, ¿no ves que soy una persona muy ocupada? El tiempo libre
debe ser más bien para un café, un cigarro, una fiesta.” O sea,
cristianismo ergonómico.
El Evangelio te pide interrumpir tu camino para curar al que está
tirado en la calle. “Lo sé. Pero hoy en día es peligroso. No sabes lo
que puede pasar. Igual le ayudas y luego no te agradece.” O sea,
cristianismo ergonómico.
El Evangelio te pide fidelidad. “Bien pero uno debe tener sus
propias ideas, yo comparto muchas cosas de las que dice Jesús, pero no
estoy de acuerdo en algunos puntos de la moral.” O sea, cristianismo
ergonómico.
El Evangelio te dice que estás de paso, que la vida es un soplo,
que la aproveches minuto a minuto. “Sí, bien, pero tampoco hay que
amargarse, hay que aprovechar la vida haciendo lo que a uno le gusta, no
sabes lo bien que yo me llevo con la flojera.” O sea, cristianismo
ergonómico.
Pero Cristo no metió su Evangelio en el laboratorio de la ergonomía. O se vive tal cual es o no es cristianismo.
(P. Arturo Guerra, LC)
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