“Y la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido
derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido
dado.” Rom 5,5
En la solemnidad de Pentecostés, al término
de las siete semanas pascuales, se consuma la Pascua de Cristo con la
efusión del Espíritu Santo, revelándose plenamente la Santísima
Trinidad, que celebraremos al domingo siguiente. Dios nos envía el
Espíritu Santo y esta es la tercera gran alegría en el año cristiano,
desde Navidad y pasando por la Resurrección.
En repetidas
ocasiones Cristo prometió esta efusión del Espíritu (Lc. 12), promesa
que realizó primero el día de Pascua (Jn. 20) y luego, de manera más
manifiesta, el día de Pentecostés (Hch. 2). Del iluminado cenáculo de
Jerusalén con los apóstoles, salió el día que hoy en la Iglesia
celebramos, la venida del Espíritu de Dios vivificador, que dio la fe a
Pedro y la doctrina a Pablo.
Tenemos que reconocer que la
presencia del Espíritu Santo es muy fuerte. Cuanto tiene de sobrenatural
aliento la vida católica, es obra de Él.
Las prédicas del
Vaticano, la voz de los Concilios, o la sencilla de los catequistas,
todo es lengua y voz del Espíritu. Es la manera tangible y vivencial en
que Dios llega al hombre. Está presente en los grandes momentos que
marcan el proceso de crecimiento en la fe: bautismo, confirmación y en
cada reconciliación. Y fundamentalmente, nuestro buen Dios se hace
Espíritu de Amor para acompañarnos de cerca cada vez que lo invocamos,
en cada gesto solidario, en cada palabra dicha a tiempo, en cada
silencio paciente y en la oración, puente entre el hombre y el Altísimo.
LOS SÍMBOLOS DEL ESPÍRITU SANTO
El agua,
es símbolo en el bautismo, ya que luego de invocar el Espíritu, el agua
bautismal significa el nuevo nacimiento como hijo de Dios.
El simbolismo de la unción con el óleo
es también significativo del Espíritu Santo. Este signo tiene mucha
fuerza, en la Antigua Alianza hubo “ungidos del Señor” (Ex. 30). Cristo,
Mesías en hebreo, significa ungido, es el ungido de Dios. También es el
signo sacramental en la confirmación.
El fuego,
simboliza la energía transformadora de los actos del Espíritu Santo. “He
venido a traer fuego sobre la tierra” (Lc. 12)… En forma de lenguas
“como de fuego” se posó el Espíritu sobre los discípulos, en la mañana
de Pentecostés y los llenó de Él (Hch. 2).
La nube y la luz,
símbolos inseparables de la manifestación de Dios. Con Moisés en la
montaña del Sinaí. Sobre la Virgen María, la “cubre con su sombra” para
que ella conciba y de a luz a Jesús. En el monte Tabor, junto a los
apóstoles “se oyó una voz desde la nube que decía”. La misma nube que
“ocultó a los ojos” de los discípulos el día de la Ascensión.
El sello,
símbolo cercano a la unción “Dios ha marcado con su sello” (Jn. 6),
indica el carácter indeleble de la efusión del Espíritu Santo.
La mano.
Imponiendo las manos Jesús cura a los enfermos y bendice a los niños.
Leemos en la carta a los Hebreos la instrucción sobre los bautismos y la
imposición de manos. La Iglesia conserva este signo, en la oración de
todos los sacramentales.
El dedo. “Por el dedo de
Dios expulso yo los demonios” (Lc. 11). El himno “Veni Creator” invoca
al Espíritu Santo como “dedo de la diestra del Padre”.
Y la paloma,
tradicional en la iconografía cristiana, para sugerir al Espíritu
Santo. Al final del diluvio es una paloma, con olivo en el pico, signo
de que la tierra es habitable de nuevo (Gn. 8). Cuando Jesús es
bautizado, el Espíritu Santo en forma de paloma baja y se posa sobre Él
(Mt. 3).
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