Nació en 1412, en Domrémy, la actual Domrémy-la-Pucelle, en Lorena,
Francia; era la época de la llamada Guerra de los Cien Años, en la que
Inglaterra intentaba imponer su hegemonía sobre Francia.
El
padre de Juana, Jacques Tarc, era un campesino pudiente que llegó a ser
alcalde de su pueblo. A los 13 años de edad ella empezó a escuchar
“voces” que la instaban a llevar una vida virtuosa y devota de Dios, y
una aparición del Arcángel Miguel la convenció de que ella habría de
liberar a Francia de los ingleses.
En 1429 el “delfín”, o
sucesor al trono, Carlos VII, se encontraba en Chinon, mientras que la
ciudad de Orléans estaba sitiada por los ingleses; las “voces
interiores” le indicaron a Juana de Arco que debía presentarse ante él.
En la entrevista le profetizó en el nombre del Cielo la salvación de
Francia y su coronación en Reims.
Tras algunas semanas en
que los religiosos de la corte sometieron a prueba la veracidad de la
“iluminación” de Santa Juana, y acaso más por impotencia y falta de
alternativas, Carlos VII finalmente le concede el mando de una pequeña
unidad de soldados y la encomienda de liberar Orléans.
Hacia
allá se dirige: consigue pasar a través de las tropas inglesas y
penetrar a la ciudad, donde exhorta y convence con sus palabras
inflamadas a los sitiados. Con renovado ánimo y valentía, los franceses
acometen, rompiendo el cerco y expulsando a los ingleses.
Convencido
de que era enviada de Dios, Carlos VII le concede el mando del
ejército, con el que logran recuperar la mayor parte del territorio que
estaba en manos extranjeras. Carlos es coronado en Reims, como ella
había predicho, pero temiendo la popularidad que Juana había alcanzado,
pacta una tregua con los ingleses.
Ella entiende que ese
pacto obstaculizaba su misión, y decide seguir combatiendo. Sin embargo
es traicionada, cayendo en manos del conde de Luxemburgo, quien la
entrega a sus enemigos. Los ingleses la acusaron de ser bruja, pues así
Carlos VII habría llegado al trono gracias a las demoniacas artes de una
“hereje”.
Por ese motivo fue quemada viva en Rouen, a los
19 años de edad. Más para limpiar el nombre del rey que el de ella, una
revisión del juicio llevada a cabo veinte años después concluyó con su
absolución, y por establecer la veracidad de sus acciones.
Santa Juana de Arco, conocida también como Santa Juana de Orléans, fue canonizada en 1920 por el papa Benedicto XV.
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