En el Sermón de la Montaña, Cristo desborda su corazón, revela los
misterios del Reino. Nos da a conocer la sabiduría de Dios y la clave de
la felicidad: sembrar con paciencia para recoger los frutos llegado el
tiempo, pagar el precio justo.
Es impresionante cómo ha ido
cambiando nuestro mundo y con qué rapidez. Para los hombres de hace
medio siglo, sería una verdadera fantasía el pensar en la informática,
tan avanzada y al alcance de todos. Nuestros bisabuelos nunca se
imaginaron los nuevos artefactos de guerra tan sofisticados, tan
precisos. Jamás soñaron con nuestros medios de transporte tan seguros y
veloces...
Los hombres de hace cincuenta o sesenta años sabían
que si alguien quería una buena cosecha, tendría que trabajar muy duro
durante todo el otoño y pasarse la primavera escardando sus campos. El
alfarero, el zapatero, el herrero,
todos ellos tenían muy bien sabido que si querían producir más, les
hacían falta más horas de trabajo, más mano de obra...
Nosotros,
con nuestra tecnología, nos hemos acostumbrado a lo automático, a lo
fácil, lo cómodo. A encender la televisión desde la cama con un botón, a
abrir la puerta de casa desde el coche, a viajar cómodamente con la
visa... pagando después.
A la gente de nuestra época se le atrae así. Si quieren vendernos algo, que sea rápidamente y sin complicaciones.
Si
algo ha de producirnos comodidad, alegría, felicidad, placer, tiene que
ser al instante, sin tardar. Si se oprime el botón, es para que el
trabajo quede listo en un momento. No queremos trabajos sin frutos
inmediatos. Queremos la mayor cantidad de bienes con el menor esfuerzo.
Es la moda.
Y sin embargo, Cristo, desde la
montaña, usa un vocabulario completamente opuesto: Si quieres ser feliz,
siembra hoy para cosechar mañana; lucha hoy, para triunfar en el
futuro; sacrifícate ahora para recibir los frutos después.
Cristo
nos propone abandonarnos a nosotros mismos para seguir su Evangelio. No
consentir a las pasiones. No ser tan delicados. Aguantar y ser firmes
ante el sufrimiento. Ser generosos y aceptar el dolor por amor a Él,
como un medio seguro para conseguir la ansiada felicidad. El Reino de
los cielos no se consigue con palancas y botones sino con sacrificio y
amor a Cristo.
Nuestra misma sociedad puede explicarnos muy bien
lo que Cristo nos invita a hacer desde la montaña. La vida actualmente
es muy cara, muy difícil. Hay que pagar por todo. Nada se regala.
También nuestra felicidad tiene un precio: pisar las mismas huellas de
Cristo. Aunque más de una vez nuestros pies sangren.
Señor, quiero
desde hoy trabajar con paciencia y generosidad, sembrar sin prisas, para alcanzar con mi sacrificio la verdadera felicidad.
Autor: P. José Luis Richard
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