María, Madre de Jesús y nuestra, nos señala
hoy su Inmaculado Corazón. Un corazón
que arde de amor divino, que rodeado de rosas blancas
nos muestra su pureza total y que atravesado por
una espada nos invita a vivir el sendero del
dolor-alegría.
La Fiesta de su
Inmaculado Corazón nos remite de manera directa
y misteriosa al Sagrado Corazón de Jesús. Y es
que en María todo nos dirige a su Hijo. Los
Corazones de Jesús y María están
maravillosamente unidos en el tiempo y la
eternidad...
La fiesta del Corazón Inmaculado de María fue
oficialmente establecida en toda la Iglesia por el papa Pío XII, el
4 de mayo de 1944, para obtener por medio de la intercesión de
María "la paz entre las naciones, libertad para la Iglesia, la
conversión de los pecadores, amor a la pureza y la práctica de las
virtudes".
La Iglesia nos enseña
que el modo más seguro de llegar a Jesús es por
medio de su Madre.
Por
ello, nos consagramos al Corazón de Jesús
por medio del Corazón de María. Esto se
hace evidente en la liturgia, al celebrar ambas fiestas
de manera consecutiva, viernes y sábado respectivamente,
en la semana siguiente al domingo del Corpus
Christi.
Santa María, Mediadora
de todas las gracias, nos invita a confiar en
su amor maternal, a dirigir nuestras plegarias
pidiéndole a su Inmaculado Corazón que nos
ayude a conformarnos con su Hijo Jesús.
Venerar
su Inmaculado Corazón significa, pues, no sólo
reverenciar el corazón físico sino también
su persona como fuente y fundamento de todas sus virtudes.
Veneramos expresamente su Corazón como símbolo
de su amor a Dios y a los demás.
El
Corazón de Nuestra Madre nos muestra
claramente la respuesta a los impulsos de sus
dinamismos fundamentales, percibidos, por su
profunda pureza, en el auténtico sentido. Al
escoger los caminos concretos entre la variedad
de las posibilidades, que como a toda persona se le ofrece,
María, preservada de toda mancha por la gracia,
responde ejemplar y rectamente a la dirección de
tales dinamismos, precisamente según la orientación
en ellos impresa por el Plan de Dios.
Ella,
quien atesoraba y meditaba todos los signos de
Dios en su Corazón, nos llama a esforzarnos
por conocer nuestro propio corazón, es decir la
realidad profunda de nuestro ser, aquel
misterioso núcleo donde encontramos la huella
divina que exige el encuentro pleno con Dios
Amor.
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