"Simón, hijo de Juan, ¿me amas?". El le respondió: "Sí, Señor, sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas". (Jn. 21, 16)
Lc 1, 57-66. 80
Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo.
Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que
Dios la había tratado, se alegraban con ella. A los ocho días, se
reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su
padre; pero la madre dijo: "No, debe llamarse Juan". Ellos le decían:
"No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre". Entonces preguntaron
por señas al padre qué nombre quería que le pusieran. Éste pidió una
pizarra y escribió: "Su nombre es Juan". Todos quedaron admirados, y en
ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios.
Este acontecimiento produjo una gran impresión entre la gente de los
alrededores, y se lo comentaba en toda la región montañosa de Judea.
Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se
decían: "¿Qué llegará a ser este niño?". Porque la mano del Señor estaba
con él. El niño iba creciendo y se fortalecía en su espíritu; y vivió
en lugares desiertos hasta el día en que se manifestó a Israel.
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