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Ahí tienes a tu madre. Una espada
cruel la dejó maltrecha y malherida.
Mírala dolorosa y afligida,
sola, junto a mi triste cruz, plantada.

Ahí tienes a mi madre inmaculada.
Mírala al pie del árbol de la vida,
mírala intrépida, sin ser vencida
por la muerte, la noche ni la nada.

Te doy aquella a quien yo más quería,
la que es mi pan y paño de agonía.
Mira su corazón: es ya tu casa
abierta y encendida: ¡entra y pasa!


Ahí tienes a tu madre y madre mía.
Mírala. Es nuestra madre y es María.


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