Patrona de los Padres Redentoristas y de Haití
El icono original está en el altar mayor de la Iglesia de San Alfonso,
muy cerca de la Basílica de Santa María la Mayor en Roma.
El
icono de la Virgen, pintado sobre madera, de 21 por 17 pulgadas, muestra
a la Madre con el Niño Jesús. El Niño observa a dos ángeles que le
muestran los instrumentos de su futura pasión. Se agarra fuerte con las
dos manos de su Madre Santísima quien lo sostiene en sus brazos. El
cuadro nos recuerda la maternidad divina de la Virgen y su cuidado por
Jesús desde su concepción hasta su muerte. Hoy la Virgen cuida de todos
sus hijos que a ella acuden con plena confianza.
Historia
En el siglo XV un comerciante acaudalado de la isla de Creta (en el Mar
Mediterráneo) tenía la bella pintura de Nuestra Señora del Perpetuo
Socorro. Era un hombre muy piadoso y devoto de la Virgen María. Cómo
habrá llegado a sus manos dicha pintura, no se sabe. ¿Se le habría
confiado por razones de seguridad, para protegerla de los sarracenos? Lo
cierto es que el mercader estaba resuelto a impedir que el cuadro de la
Virgen se destruyera como tantos otros que ya habían corrido con esa
suerte.
Por protección, el mercader decidió llevar la pintura a
Italia. Empacó sus pertenencias, arregló su negocio y abordó un navío
dirigiéndose a Roma. En ruta se desató una violenta tormenta y todos a
bordo esperaban lo peor. El comerciante tomó el cuadro de Nuestra
Señora, lo sostuvo en lo alto, y pidió socorro. La Santísima Virgen
respondió a su oración con un milagro. El mar se calmó y la embarcación
llegó a salvo al puerto de Roma.
Cae la pintura en manos de una familia
Tenía el mercader un amigo muy querido en la ciudad de Roma así que
decidió pasar un rato con él antes de seguir adelante. Con gran alegría
le mostró el cuadro y le dijo que algún día el mundo entero le rendiría
homenaje a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro.
Pasado un
tiempo, el mercader se enfermó de gravedad. Al sentir que sus días
estaban contados, llamó a su amigo a su lecho y le rogó que le
prometiera que, después de su muerte, colocaría la pintura de la Virgen
en una iglesia digna o ilustre para que fuera venerada públicamente. El
amigo accedió a la promesa pero no la llegó a cumplir por complacer a su
esposa que se había encariñado con la imagen.
Pero la Divina
Providencia no había llevado la pintura a Roma para que fuese propiedad
de una familia sino para que fuera venerada por todo el mundo, tal y
como había profetizado el mercader. Nuestra Señora se le apareció al
hombre en tres ocasiones, diciéndole que debía poner la pintura en una
iglesia, de lo contrario, algo terrible sucedería. El hombre discutió
con su esposa para cumplir con la Virgen, pero ella se le burló,
diciéndole que era un visionario. El hombre temió disgustar a su esposa,
por lo que las cosas quedaron igual. Nuestra Señora, por fin, se le
volvió a aparecer y le dijo que, para que su pintura saliera de esa
casa, él tendría que irse primero. De repente el hombre se puso
gravemente enfermo y en pocos días murió. La esposa estaba muy apegada a
la pintura y trató de convencerse a sí misma de que estaría más
protegida en su propia casa. Así, día a día, fue aplazando el deshacerse
de la imagen. Un día, su hijita de seis años vino hacia ella apresurada
con la noticia de que una hermosa y resplandeciente Señora se le había
aparecido mientras estaba mirando la pintura. La Señora le había dicho
que le dijera a su madre y a su abuelo que Nuestra Señora del Perpetuo
Socorro deseaba ser puesta en una iglesia; y, que si no, todos los de la
casa morirían.
La mamá de la niñita estaba espantada y
prometió obedecer a la Señora. Una amiga, que vivía cerca, oyó lo de la
aparición. Fue entonces a ver a la señora y ridiculizó todo lo ocurrido.
Trató de persuadir a su amiga de que se quedara con el cuadro,
diciéndole que si fuera ella, no haría caso de sueños y visiones. Apenas
había terminado de hablar, cuando comenzó a sentir unos dolores tan
terribles, que creyó que se iba a morir. Llena de dolor, comenzó a
invocar a Nuestra Señora para que la perdonara y la ayudara. La Virgen
escuchó su oración. La vecina tocó la pintura, con corazón contrito, y
fue sanada instantáneamente. Entonces procedió a suplicarle a la viuda
para que obedeciera a Nuestra Señora de una vez por todas.
Accede la viuda a entregar la pintura
Se encontraba la viuda preguntándose en qué iglesia debería poner la
pintura, cuando el cielo mismo le respondió. Volvió a aparecérsele la
Virgen a la niña y le dijo que le dijera a su madre que quería que la
pintura fuera colocada en la iglesia que queda entre la basílica de Sta.
María la Mayor y la de S. Juan de Letrán. Esa iglesia era la de S.
Mateo, el Apóstol.
La señora se apresuró a entrevistarse con el
superior de los Agustinos quienes eran los encargados de la iglesia.
Ella le informó acerca de todas las circunstancias relacionadas con el
cuadro. La pintura fue llevada a la iglesia en procesión solemne el 27
de marzo de 1499. En el camino de la residencia de la viuda hacia la
iglesia, un hombre tocó la pintura y le fue devuelto el uso de un brazo
que tenía paralizado. Colgaron la pintura sobre el altar mayor de la
iglesia, en donde permaneció casi trescientos años. Amado y venerado por
todos los de Roma como una pintura verdaderamente milagrosa, sirvió
como medio de incontables milagros, curaciones y gracias.
En
1798, Napoleón y su ejército francés tomaron la ciudad de Roma. Sus
atropellos fueron incontables y su soberbia, satánica. Exilió al Papa
Pío VII y, con el pretexto de fortalecer las defensas de Roma, destruyó
treinta iglesias, entre ellas la de San Mateo, la cual quedó
completamente arrasada. Junto con la iglesia, se perdieron muchas
reliquias y estatuas venerables. Uno de los Padres Agustinos, justo a
tiempo, había logrado llevarse secretamente el cuadro.
Cuando
el Papa, que había sido prisionero de Napoleón, regresó a Roma, le dio a
los agustinos el monasterio de S. Eusebio y después la casa y la
iglesia de Sta. María en Posterula. Una pintura famosa de Nuestra Señora
de la Gracia estaba ya colocada en dicha iglesia por lo que la pintura
milagrosa de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro fue puesta en la
capilla privada de los Padres Agustinos, en Posterula. Allí permaneció
sesenta y cuatro años, casi olvidada.
Hallazgo de un sacerdote Redentorista
Mientras tanto, a instancias del Papa, el Superior General de los
Redentoristas, estableció su sede principal en Roma donde construyeron
un monasterio y la iglesia de San Alfonso. Uno de los Padres, el
historiador de la casa, realizó un estudio acerca del sector de Roma en
que vivían. En sus investigaciones, se encontró con múltiples
referencias a la vieja Iglesia de San Mateo y a la pintura milagrosa de
Nuestra Señora del Perpetuo Socorro.
Un día decidió contarle a
sus hermanos sacerdotes sobre sus investigaciones: La iglesia actual de
San Alfonso estaba construida sobre las ruinas de la de San Mateo en la
que, durante siglos, había sido venerada, públicamente, una pintura
milagrosa de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Entre los que
escuchaban, se encontraba el Padre Michael Marchi, el cual se acordaba
de haber servido muchas veces en la Misa de la capilla de los Agustinos
de Posterula cuando era niño. Ahí en la capilla, había visto la pintura
milagrosa. Un viejo hermano lego que había vivido en San Mateo, y a
quien había visitado a menudo, le había contado muchas veces relatos
acerca de los milagros de Nuestra Señora y solía añadir: "Ten presente,
Michael, que Nuestra Señora de San Mateo es la de la capilla privada. No
lo olvides". El Padre Michael les relató todo lo que había oído de
aquel hermano lego.
Por medio de este incidente los
Redentoristas supieron de la existencia de la pintura, no obstante,
ignoraban su historia y el deseo expreso de la Virgen de ser honrada
públicamente en la iglesia.
Ese mismo año, a través del sermón
inspirado de un jesuita acerca de la antigua pintura de Nuestra Señora
del Perpetuo Socorro, conocieron los Redentoristas la historia de la
pintura y del deseo de la Virgen de que esta imagen suya fuera venerada
entre la Iglesia de Sta. María la Mayor y la de S. Juan de Letrán. El
santo Jesuita había lamentado el hecho de que el cuadro, que había sido
tan famoso por milagros y curaciones, hubiera desaparecido sin revelar
ninguna señal sobrenatural durante los últimos sesenta años. A él le
pareció que se debía a que ya no estaba expuesto públicamente para ser
venerado por los fieles. Les imploró a sus oyentes que, si alguno sabía
dónde se hallaba la pintura, le informaran dueño lo que deseaba la
Virgen.
Los Padres Redentoristas soñaban con ver que el
milagroso cuadro fuera nuevamente expuesto a la veneración pública y
que, de ser posible, sucediera en su propia Iglesia de San Alfonso. Así
que instaron a su Superior General para que tratara de conseguir el
famoso cuadro para su Iglesia. Después de un tiempo de reflexión,
decidió solicitarle la pintura al Santo Padre, el Papa Pío IX. Le narró
la historia de la milagrosa imagen y sometió su petición.
El
Santo Padre escuchó con atención. Él amaba dulcemente a la Santísima
Virgen y le alegraba que fuera honrada. Sacó su pluma y escribió su
deseo de que el cuadro milagroso de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro
fuera devuelto a la Iglesia entre Sta. María la Mayor y S. Juan de
Letrán. También encargó a los Redentoristas de que hicieran que Nuestra
Señora del Perpetuo Socorro fuera conocida en todas partes.
Aparece y se venera, por fin, el cuadro de Nuestra Señora
Ninguno de los Agustinos de ese tiempo había conocido la Iglesia de San
Mateo. Una vez que supieron la historia y el deseo del Santo Padre,
gustosos complacieron a Nuestra Señora. Habían sido sus custodios y
ahora se la devolverían al mundo bajo la tutela de otros custodios. Todo
había sido planeado por la Divina Providencia en una forma
verdaderamente extraordinaria.
A petición del Santo Padre, los
Redentoristas obsequiaron a los Agustinos una linda pintura que serviría
para reemplazar a la milagrosa.
La imagen de Nuestra Señora
del Perpetuo Socorro fue llevado en procesión solemne a lo largo de las
vistosas y alegres calles de Roma antes de ser colocado sobre el altar,
construido especialmente para su veneración en la Iglesia de San
Alfonso. La dicha del pueblo romano era evidente. El entusiasmo de las
veinte mil personas que se agolparon en las calles llenas de flores para
la procesión dio testimonio de la profunda devoción hacia la Madre de
Dios
A toda hora del día, se podía ver un número de personas de
toda clase delante de la pintura, implorándole a Nuestra Señora del
Perpetuo Socorro que escuchara sus oraciones y que les alcanzara
misericordia. Se reportaron diariamente muchos milagros y gracias.
Hoy en día, la devoción a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro se ha
difundido por todo el mundo. Se han construido iglesias y santuarios en
su honor, y se han establecido archicofradías. Su retrato es conocido y
amado en todas partes.
Patrona de Haití
Teniendo esta
advocación mariana como patrona de su congregación, los Padres
Redentoristas la llevaron a sus misiones en Haití. Allí se le edificó un
santuario en Béle-Aire, cerca de Puerto Príncipe.
En 1883 una
terrible epidemia de viruela azotaba el país. Los devotos acudieron a la
Virgen del Perpetuo Socorro y le hicieron una novena. La epidemia cesó
milagrosamente y se decidió nombrarla patrona del país.
En 1993
se celebró con gran regocijo el centenario del milagro y del
nombramiento de la Virgen como patrona. El Papa Juan Pablo II visitó
Haití para esta celebración y puso al país bajo el amparo de la Virgen
del Perpetuo Socorro.
Los Haitianos también tienen gran devoción a la Virgen de la Asunción.
Signos de la imagen de Nuestra Madre del Perpetuo Socorro
(conocida en el Oriente bizantino como el icono de la Madre de Dios de la Pasión)
Aunque su origen es incierto, se estima que el retrato fue pintado
durante el decimotercero o decimocuarto siglo. El icono parece ser copia
de una famosa pintura de Nuestra Señora que fuera, según la tradición,
pintada por el mismo San Lucas. La original se veneraba en
Constantinopla por siglos como una pintura milagrosa pero fue destruida
en 1453 por los Turcos cuando capturaron la ciudad.
Fue pintado
en un estilo plano característico de iconos y tiene una calidad
primitiva. Todas las letras son griegas. Las iniciales al lado de la
corona de la Madre la identifican como la “Madre de Dios”. Las iniciales
al lado del Niño “ICXC” significan “Jesucristo”. Las letras griegas en
la aureola del Niño: owu significan “El que es”, mientras las tres
estrellas sobre la cabeza y los hombros de María santísima indican su
virginidad antes del parto, en el parto y después del parto.
Las letras más pequeñas identifican al ángel a la izquierda como “San
Miguel Arcángel”; el arcángel sostiene la lanza y la caña con la esponja
empapada de vinagre, instrumentos de la pasión de Cristo. El ángel a la
derecha es identificado como “San Gabriel Arcángel”, sostiene la cruz y
los clavos. Nótese que los ángeles no tocan los instrumentos de la
pasión con las manos, sino con el paño que los cubre.
Cuando
este retrato fue pintado, no era común pintar aureolas. Por esta razón
el artista redondeó la cabeza y el velo de la Madre para indicar su
santidad. Las halos y coronas doradas fueron añadidas mucho después. El
fondo dorado, símbolo de la luz eterna da realce a los colores más bien
vivos de las vestiduras. Para la Virgen el maforion (velo-manto) es de
color púrpura, signo de la divinidad a la que ella se ha unido
excepcionalmente, mientras que el traje es azul, indicación de su
humanidad. En este retrato la Madona está fuera de proporción con el
tamaño de su Hijo porque es -María- a quien el artista quiso enfatizar.
Los encantos del retrato son muchos, desde la ingenuidad del artista,
quien quiso asegurarse que la identidad de cada uno de los sujetos se
conociera, hasta la sandalia que cuelga del pie del Niño. El Niño
divino, siempre con esa expresión de madurez que conviene a un Dios
eterno en su pequeño rostro, está vestido como solían hacerlo en la
antigüedad los nobles y filósofos: túnica ceñida por un cinturón y manto
echado al hombro. El pequeño Jesús tiene en el rostro una expresión de
temor y con las dos manitas aprieta la derecha de su Madre, que mira
ante sí con actitud recogida y pensativa, como si estuviera recordando
en su corazón la dolorosa profecía que le hiciera Simeón, el misterioso
plan de la redención, cuyo siervo sufriente ya había presentado Isaías.
En su doble denominación, esta bella imagen de la Virgen nos recuerda
el centralismo salvífico de la pasión de Cristo y de María y al mismo
tiempo la socorredora bondad de la Madre de Dios y nuestra.
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