Nació por el año 1085 en Vercelli, como indica su nombre, en el
norte de Italia. Pocas cosas sabemos de su nacimiento e infancia, pero
sí de su juventud y mocedad como un prodigio de mortificación y de don
de milagros.
El solía decir a los monjes que trataban de
imitar su vida y pretendían seguirle a todas partes: "Es necesario que
mediante el trabajo de nuestras manos nos procuremos el sustento para
el cuerpo, el vestido aunque pobre y medios necesarios para poder
socorrer a los pobres. Pero ello no debe ocupar todo el día, ya que
debemos encontrar tiempo suficiente para dedicarlo al cuidado de la
oración con la que granjeamos nuestra salvación y la de nuestros
hermanos".
Ahí estaba sintetizada la vida que él llevaba y la que quería que vivieran también cuantos quisieran estar a su lado.
Cuando
todavía era un joven hizo una perigrinación a Santiago de Compostela
que en su tiempo era muy popular y que hacían casi todos los cristianos
que podían. Pero él lo hizo de modo extraordinario: Se cargó de
cadenas, que casi no podía arrastrar por su gran peso, y apenas tomaba
bocado. Un día llegó a las puertas de una casa de campo y parecía
desfallecer. A pesar de ello habló así al dueño de la misma que parecía
ser un valiente caballero: "Señor, estas cadenas se me rompen
continuamente y me hacen muchos honores porque son vistas por todos.
¿No serías tan bueno que me dieras una coraza para llevarla escondida
junto a mis carnes y un casquete para mi cabeza? Dicho y hecho.
Guillermo salió de la presencia de aquel caballero con gran esfuerzo,
ya que apenas podía moverse con tanto hierro y con los dolores enormes
que le proporcionaban. Vuelto a Palermo, el rey Rogerio que había oído
ya hablar muchas maravillas de aquel raro peregrino, sintió grandes
deseos de verlo.
En la corte se contaban chascarrillos a
su costa y cada uno lo tomaba a chacota y decía de él las cosas más
raras e inverosímiles. En aquella corte había una mujer que llamaba la
atención por su vida deshonesta y ella al oír hablar de la santidad
del peregrino dijo a todos los cortesanos: "Yo os prometo que le haré
caer a ese pobre hombre en mis redes de lascivia". Se arregló lo mejor
que pudo y se dirigió a visitarle. El santo hombre la recibió con
grandes muestras de simpatía y tuvo con ella una larga conversación
creyendo la dama que ya lo había conquistado para el pecado. Así volvió
contenta a la corte y contó sus victorias. Pero habían quedado que
volvería aquella noche para pasarla con él. El santo peregrino la
invitó, la tomó el brazo y le dijo: "Ven y acuéstate conmigo en este
lecho nupcial". El extendió las brasas y llamaradas de una gran hoguera
que había hecho preparar y se arrojó en ellas. La pobrecilla mujer,
que se llamaba Inés, cayó avergonzada y prorrumpió a llorar al ver que
no le tocaba el fuego al siervo de Dios. Hizo penitencia, abrazó la
vida religiosa y murió santamente.
En Montevergine fundó
un célebre monasterio y purificó la corte y los palacios de tanto
pecado como se cometía. Príncipes y labriegos, hombre y mujeres
abandonaban su mala vida y seguían su ejemplo dejándolo todo por seguir
a Jesucristo.
Desde este Monte Sacro, que ahora se llama
como en tiempos de San Guillermo, Monte de la Virgen (Montevergine),
nuestro Santo continuaba ejerciendo un gran influjo por medio de su
oración y vida de sacrificio. Lleno de méritos, murió el 25 de junio de
1142
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