San Pelayo (911-925) nació en Albeos, Crecente, España, en una época
en que más de la mitad de la península Ibérica seguía ocupada por árabes
musulmanes, y el califato de Córdoba era gobernado por Abderramán III.
San
Pelayo era sobrino del obispo de Tuy, llamado Hermigio; ambos
estuvieron con el rey Ordoño II de León en la Batalla de Valdejunquera,
en 920, aliado con el rey de Navarra Sancho Garcés I.
En
la batalla, Abderramán les infligió una abrumadora derrota a las huestes
cristianas, capturando numerosos prisioneros, los cuales fueron
llevados a Córdoba. Entre ellos estaban Hermigio y su sobrino Pelayo, o
Paio, de apenas 9 años de edad.
Después de un tiempo de
estar en cautiverio, Hermigio, en su calidad de obispo, negoció que lo
liberaran para ir a reunir el monto del rescate que pedía el emir de
Córdoba por su libertad; y como rehén quedó su pequeño sobrino. Pero el
tío nunca regresó.
San Pelayo pasó en Córdoba los
siguientes cuatro años; el niño se fue convirtiendo en un joven
inteligente y despierto que no dejaba de hablar de Jesús ni de promover
las bondades del cristianismo. Esto fue lo que llamó la atención de las
autoridades.
Un fatídico día en 925, cuando contaba apenas
con trece o catorce años de edad, San Pelayo fue conducido
sorpresivamente ante Abderramán III, a quien le llegaron rumores de su
devoción.
El monarca tuvo la idea de hacerlo renegar del
cristianismo, pero las convicciones de San Pelayo eran demasiado firmes.
Se dice que Abderramán le solicitó favores sexuales, a lo cual el
muchacho se habría negado.
San Pelayo fue sometido
entonces a un martirio de desmembramiento por medio de enormes pinzas de
hierro al rojo vivo que lo prensaban de varias partes del cuerpo.
Después
de su muerte, el culto de San Pelayo se extendió con rapidez por toda
la España cristiana. Reliquias suyas llegaron en 967 a León y en 985 a
Oviedo.
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