¿Qué pasaría si un buen día llegáramos a comprender que el
cristianismo no es una ética, ni una norma, ni un rito, ni un sistema ni
de creencias ni de valores? ¿Qué pasaría si llegáramos a comprender que
el cristianismo es una Presencia?
Y no es que algo así
sea una ocurrencia de última hora, sino que está siendo una constante
repetida en el magisterio de Benedicto XVI. Ejemplo de ello es el inicio
de su primera Carta Encíclica: “No se comienza a ser cristiano por una
decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un
acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y,
con ello, una orientación decisiva” (Carta Encíclica, Deus caritas est,
nº1)
Si seguimos rastreando en su magisterio nos
encontraremos que en una Audiencia General tenida en diciembre de 2008
afirma: “La fe no es producto de nuestro pensamiento, de nuestra
reflexión, es algo nuevo que no podemos inventar, sino sólo recibir como
un don, como una novedad producida por Dios. Y la fe no viene de la
lectura, sino de la escucha. No es una cosa solamente interior, sino una
relación con Alguien. Supone un encuentro con el anuncio, supone la
existencia del otro que anuncia y crea comunión”
En una de
las catequesis realizadas durante el Año Paulino y comentando lo
sucedido en el camino a Damasco afirma, “San Pablo no fue transformado
por un pensamiento sino por un acontecimiento, por la presencia
irresistible del Resucitado, de la cual ya nunca podrá dudar, pues la
evidencia de ese acontecimiento, de ese encuentro, fue muy fuerte.
Tampoco para nosotros el cristianismo es una filosofía nueva o una nueva
moral. Sólo somos cristianos si nos encontramos con Cristo”
(Vocacionesjesuitas.org)
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