"Simón, hijo de Juan, ¿me amas?". El le respondió: "Sí, Señor, sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas". (Jn. 21, 16)
Jn 6, 1-15
Jesús atravesó el mar de Galilea, llamado Tiberíades. Lo seguía una gran
multitud, al ver los signos que hacía sanando a los enfermos. Jesús
subió a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Se acercaba la
Pascua, la fiesta de los judíos. Al levantar los ojos, Jesús vio que una
gran multitud acudía a él y dijo a Felipe: "¿Dónde compraremos pan para
darles de comer?". Él decía esto para ponerlo a prueba, porque sabía
bien lo que iba a hacer. Felipe le respondió: "Doscientos denarios no
bastarían para que cada uno pudiera comer un pedazo de pan". Uno de sus
discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: "Aquí hay un
niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto
para tanta gente?". Jesús le respondió: "Háganlos sentar". Había mucho
pasto en ese lugar. Todos se sentaron y eran unos cinco mil hombres.
Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban
sentados. Lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que
quisieron. Cuando todos quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus
discípulos: "Recojan los pedazos que sobran, para que no se pierda
nada". Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos que
sobraron de los cinco panes de cebada. Al ver el signo que Jesús acababa
de hacer, la gente decía: "Éste es, verdaderamente, el Profeta que debe
venir al mundo". Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él para
hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña.
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