Etimológicamente significa “iluminado”. Viene de la lengua hebrea.
Te
encuentras en el año 1471 antes de Cristo. Moisés tuvo la inmensa
dicha de que su hermano Aarón le acompañara a lo largo y ancho del
difícil desierto camino de la Tierra de Promisión.
Fue
siempre su apoyo en los momentos cruciales, como por ejemplo, en el
monte Horeb o Sinaí en el que Dios entregó al pueblo las tablas de la
Ley.
Pertenecía a la tribu de Leví. Fue el abuelo que
supo dar poco a poco a la Alianza sus propios ritos. A su muerte, lo
enterraron en la cima del monte Hor. A pesar de sus deseos de entrar
en la Tierra Prometida, no lo pudo ver, igual que le pasó a su hermano
Moisés.
Vino al mundo en los tiempos remotos en los
cuales el pueblo egipcio dominaba completamente a Israel. Al contrario
que su hermano, que hablaba mal, él poseía el don de la elocuencia.
De
hecho, en muchas ocasiones tuvo que hablar en nombre de su hermano al
faraón egipcio. Y la idea central que perseguía era convencerle para
que dejara en libertad al pueblo israelita.
Pero, a pesar
de su labia, no consiguió que el mandatario supremo de Egipto le
dejara marchar. Vistas todas las dificultades y pensando el modo de
solucionarlas, los dos hermanos retaron al faraón. Si no los dejaba
libres, entonces sobrevendría sobre todo Egipto una serie de plagas que
lo llevaría a la ruina y a la muerte.
Cuando el faraón
vio que se cumplían sus predicciones venidas del cielo, Moisés y su
hermano partieron hacia la Tierra Prometida en una huida no exenta de
muchos obstáculos.
Toda la peregrinación por el desierto
estuvo plagada de aventuras y de desdichas a causa de la infidelidad de
los judíos en su larga marcha. No se creían lo que decían Moisés y su
hermano. La más grave fue el culto de la idolatría o culto a dioses
falsos, sobre todo al “becerro de oro”.
Dios perdonó a
todos. Aarón fue nombrado sumo sacerdote para ofrecer sacrificios a
Dios por los pecados del pueblo. Le sucedió en el cargo su hijo
Eleazar.
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