SANTA BRIGIDA era hija de Birgerio, gobernador de Uplandia, la
principal provincia de Suecia. La madre de Brígida, Ingerborg; era hija
del gobernador de Gotlandia oriental. Ingerborg murió hacia 1315 y dejó
varios hijos. Brígida, que tenía entonces doce años aproximadamente, fue
educada por una tía suya en Aspenas. A los tres años, hablaba con
perfecta claridad, como si fuese una persona mayor, y su bondad y
devoción fueron tan precoces como su lenguaje. Sin embargo, la santa
confesaba que de joven había sido inclinada al orgullo y la presunción.
La Pasión: centro de su vida
A
los siete años tuvo una visión de la Reina de los cielos. A los diez, a
raíz de un sermón sobre la Pasión de Cristo que la impresionó mucho,
soñó que veía al Señor clavado en la cruz y oyó estas palabras: "Mira en
qué estado estoy, hija mía." "¿Quién os ha hecho eso, Señor?", preguntó
la niña. Y Cristo respondió: "Los que me desprecian y se burlan de mi
amor." Esa visión dejó una huella imborrable en Brígida y, desde
entonces, la Pasión del Señor se convirtió en el centro de su vida
espiritual.
Matrimonio
Antes de
cumplir catorce años, la joven contrajo matrimonio con Ulf Gudmarsson,
quien era cuatro años mayor que ella. Dios les concedió veintiocho años
de felicidad matrimonial. Tuvieron cuatro hijos y cuatro hijas, una de
las cuales es venerada con el nombre de Santa Catalina de Suecia.
Durante algunos años, Brígida llevó la vida de la época, como una señora
feudal, en las posesiones de su esposo en Ulfassa, con la diferencia de
que cultivaba la amistad de los hombres sabios y virtuosos.
En la Corte
Hacia
el año 1335, la santa fue llamada a la corte del joven rey Magno II
para ser la principal dama de honor de la reina Blanca de Namur. Pronto
comprendió Brígida que sus responsabilidades en la corte no se limitaban
al estricto cumplimiento de su oficio. Magno era un hombre débil que se
dejaba fácilmente arrastrar al vicio; Blanca tenía buena voluntad, pero
era irreflexiva y amante del lujo. La santa hizo cuanto pudo por
cultivar las cualidades de la reina y por rodear a ambos soberanos de
buenas influencias. Pero, aunque Santa Brígida se ganó el cariño de los
reyes, no consiguió mejorar su conducta, pues no la tomaban en serio.
Las Visiones
La
santa empezó tener por entonces las visiones que habían de hacerla
famosa. Estas versaban sobre las más diversas materias, desde la
necesidad de lavarse, hasta los términos del tratado de paz entre
Francia e Inglaterra. "Si el rey de Inglaterra no firma la paz -decía--
no tendrá éxito en ninguna de sus empresas y acabará por salir del reino
y dejar a sus hijos en la tribulación y la angustia." Pero tales
visiones no impresionaban a los cortesanos suecos, quienes solían
preguntar con ironía: "¿Qué soñó Doña Brígida anoche?"
Problemas familiares y peregrinaciones
Por
otra parte, la santa tenía dificultades con su propia familia. Su hija
mayor se había casado con un noble muy revoltoso, a quien Brígida
llamaba "el Bandolero" y, hacia 1340, murió Gudmaro, su hijo menor. Por
esa pérdida la santa hizo una peregrinación al santuario de San Olaf de
Noruega, en Trondhjem. A su regreso, fortalecida por las oraciones,
intentó con más ahinco que nunca volver al buen camino a sus soberanos.
Como no lo lograse, les pidió permiso de ausentarse de la corte e hizo
una peregrinación a Compostela con su esposo. A la vuelta del viaje, Ulf
cayó gravemente enfermo en Arras y recibió los últimos sacramentos ya
que la muerte parecía inminente. Pero Santa Brígida, que oraba
fervorosamente por el restablecimiento de su esposo, tuvo un sueño en el
que San Dionisio le reveló que no moriría. A raíz de la curación de
Ulf, ambos esposos prometieron consagrarse a Dios en la vida religiosa.
Viuda, vida religiosa, aumentan las visiones
Según
parece, Ulf murió en 1344 en el monasterio cisterciense de Alvastra,
antes de poner por obra su propósito. Santa Brígida se quedó en Alvastra
cuatro años apartada del mundo y dedicada a la penitencia. Desde
entonces, abandonó los vestidos lujosos, solo usaba lino para el velo y
vestía una burda túnica ceñida con una cuerda anudada. Las visiones y
revelaciones se hicieron tan insistentes, que la santa se alarmó,
temiendo ser víctima de ilusiones del demonio o de su propia
imaginación. Pero en una visión que se repitió tres veces, se le ordenó
que se pusiese bajo la dirección del maestre Matías, un canónigo muy
sabio y experimentado de Linkoping, quien le declaró que sus visiones
procedían de Dios. Desde entonces hasta su muerte, Santa Brígida
comunicó todas sus visiones al prior de Alvastra, llamado Pedro, quien
las consignó por escrito en latín. Ese período culminó con una visión en
la que el Señor ordenó a la santa que fuese a la corte para amenazar al
rey Magno con el juicio divino; así lo hizo Brígida, sin excluir de las
amenazas a la reina y a los nobles. Magno se enmendó algún tiempo y
dotó liberalmente el monasterio que la santa había fundado en Vadstena,
impulsada por otra visión.
En Vadstena había sesenta
religiosas. En un edificio contiguo habitaban trece sacerdotes (en honor
de los doce apóstoles y de San Pablo), cuatro diáconos (que
representaban a los doctores de la Iglesia) y ocho hermanos legos. En
conjunto había ochenta y cinco personas. Santa Brígida redactó las
constituciones; según se dice, se las dictó el Salvador en una visión.
Pero ni Bonifacio IX con la bula de canonización, ni Martín V, que
ratificó los privilegios de la abadía de Sión y confirmó la
canonización, mencionan ese hecho y sólo hablan de la aprobación de la
regla por la Santa Sede, sin hacer referencia a ninguna revelación
privada.
En la fundación de Santa Brígida, lo mismo que en
la orden de Fontevrault, los hombres estaban sujetos a la abadesa en lo
temporal, pero en lo espiritual, las mujeres estaban sujetas al
superior de los monjes. La razón de ello es que la orden había sido
fundada principalmente para las mujeres y los hombres sólo eran
admitidos en ella para asegurar los ministerios espirituales. Los
conventos de hombres y mujeres estaban separados por una clausura
inviolable; tanto unos como las otras, asistían a los oficios en la
misma iglesia, pero las religiosas se hallaban en una galería superior,
de suerte que ni siquiera podían verse unos a otros.
El
monasterio de Vadstena fue el principal centro literario de Suecia en el
siglo XV. A raíz de una visión; Santa Brígida escribió una carta muy
enérgica a Clemente VI, urgiéndole a partir de Aviñón a Roma y
establecer la paz entre Eduardo III de Inglaterra y Felipe IV de
Francia. El Papa se negó a partir de Aviñón pero, en cambio envió a
Hemming, obispo de Abo, a la corte del rey Felipe, aunque la misión no
tuvo éxito. Entre tanto, el rey Magno, que apreciaba más las oraciones
que los consejos de Santa Brígida, trató de hacerla intervenir en una
cruzada contra los paganos letones y estonios. Pero en realidad se
trataba de una expedición de pillaje. La santa no se dejó engañar y
trató de disuadir al monarca. Con ello perdió el favor de la corte, pero
no le faltó el amor del pueblo, por cuyo bienestar se preocupaba
sinceramente durante sus múltiples viajes por Suecia.
En Roma e Italia
Había
todavía en el país muchos paganos, y Sarta Brígida ilustraba con
milagros la predicación de sus capellanes. En 1349, a pesar de que la
"muerte negra" hacía estragos en toda Europa, Brígida decidió ir a Roma
con motivo del jubileo de 1350. Acompañada de su confesor, Pedro de
Skeninge y otros, se embarcó en Stralsund, en medio de las lágrimas del
pueblo, que no había de volver a verla. En efecto, la santa se
estableció en Roma, donde se ocupó de los pobres de la ciudad, en la
espera de la vuelta del Pontífice a la Ciudad Eterna. Asistía
diariamente a misa a las cinco de la mañana, se confesaba todos los días
y comulgaba varias veces por semana (según era permitido en aquella
época). El brillo de su virtud contrastaba con la corrupción de
costumbres que reinaba entonces en Roma: el robo y la violencia hacían
estragos, el vicio era cosa normal, las iglesias estaban en ruinas y lo
único que interesaba al pueblo era escapar de sus opresores. La
austeridad de la santa, su devoción a los santuarios, su severidad
consigo misma, su bondad con el prójimo, su entrega total al cuidado de
los pobres y los enfermos, le ganaron el cariño de muchos. Santa Brígida
atendía con particular esmero a sus compatriotas y cada día daba de
comer a los peregrinos suecos en su casa que estaba situada en las
cercanías de San Lorenzo in Damaso.
Pero su ministerio
apostólico no se reducía a la práctica de las buenas obras ni a exhortar
a los pobres y a los humildes. En cierta ocasión, fue al gran
monasterio de Farfa para reprender al abad, "un hombre mundano que no se
preocupaba absolutamente por las almas". Hay que decir que,
probablemente, la reprensión de la santa no produjo efecto. Más éxito
tuvo su celo por la reforma de otro convento de Bolonia. Allí se hallaba
Brígida cuando fue a reunirse con ella su hija, Santa Catalina, quien
se quedó a su lado y, fue su fiel colaboradora hasta el fin de su vida.
Dos de las iglesias romanas más relacionadas con nuestra santa son la de
San Pablo extramuros y la de San Francisco de Ripa. En la primera se
conserva todavía el bellísimo crucifijo, obra de Cavallini, ante el que
Brígida acostumbraba orar y que le respondió más de una vez; en la
segunda iglesia se le apareció San Francisco y le dijo: "Ven a beber
conmigo en mi celda". La santa interpretó aquellas palabras como una
invitación para ir a Asís. Visitó la ciudad y de allí partió en
peregrinación por los principales santuarios de Italia, durante dos
años.
Profecías y revelaciones
Las
profecías y revelaciones Santa Brígida se referían a las cuestiones mas
candentes de su época. Predijo, por ejemplo, que el Papa y el emperador
se reunirían amistosamente en Roma. Al poco tiempo así lo hicieron (El
Papa Beato Urbano V y Carlos IV, en 1368). La profecía de que los
partidos en que estaba dividida la Ciudad Eterna recibirían el castigo
que merecían por sus crímenes, disminuyeron un tanto la popularidad de
la santa y aun le atrajeron persecuciones. Brígida fue arrojada de su
casa y tuvo que ir con su hija a pedir limosna al convento de las
Clarisas.Por otra parte, ni siquiera el Papa escapaba a sus severas
admoniciones proféticas.
El gozo que experimentó la santa
con la llegada de Urbano a Roma fue de corta duración, pues el Pontífice
se retiró poco después a Viterbo, luego a Montesfiascone y aun se
rumoró que se disponía a volver a Aviñón.
Al regresar de
una peregrinación, a Amalfi, Brígida tuvo una visión en la que Nuestro
Señor la envió a avisar al Papa que se acercaba la hora de su muerte, a
fin de que diese su aprobación a la regla del convento de Vadstena.
Brígida había ya sometido la regla a la aprobación de Urbano V, en Roma,
pero el Pontífice no había dado respuesta alguna. Así pues, se dirigió a
Montefiascone montada en su mula blanca. Urbano aprobó, en general, la
fundación y la regla de Santa Brígida, que completó con la regla de San
Agustín. Cuatro meses más tarde, murió el Pontífice. Santa Brígida
escribió tres veces a su sucesor, Gregorio XI, que estaba en Aviñón,
conminándole a trasladase a Roma. Así lo hizo el Pontífice cuatro años
después de la muerte de la santa.
En 1371, a raíz de otra
visión, Santa Brígida emprendió una peregrinación a los Santos Lugares,
acompañada de su hija Catalina, de sus hijos Carlos y Bingerio, de
Alfonso de Vadaterra y otros personajes. Ese fue el último de sus
viajes. La expedición comenzó mal, ya que en Nápoles, Carlos se enamoró
de la reina Juana I, cuya reputación era muy dudosa. Aunque la esposa de
Carlos vivía aún en Suecia y el marido de Juana estaba en España; ésta
quería contraer matrimonio con él y la perspectiva no desagradaba a
Carlos. Su madre, horrorizada ante tal posibilidad, intensificó sus
oraciones. Dios resolvió la dificultad del modo más inesperado y
trágico, pues Carlos enfermó de una fiebre maligna y murió dos semanas
después en brazos de su madre. Santa Brígida prosiguió su viaje a
Palestina embargada por la más profunda pena. En Jaffa estuvo a punto de
perecer ahogada durante un naufragio Sin embargo durante, la
accidentada peregrinación la santa disfrutó de grandes consolaciones
espirituales y de visiones sobre la vida del Señor.
A su
vuelta de Tierra Santa, en el otoño de 1372, se detuvo en Chipre, donde
clamó contra la corrupción de la familia real y de los habitantes de
Famagusta quienes se habían burlado de ella cuando se dirigía a
Palestina. Después pasó a Nápoles, donde el clero de la ciudad leyó
desde el púlpito las profecías de Santa Brígida, aunque no produjeron
mayor efecto entre el pueblo.
La comitiva llegó a Roma en
marzo de 1373. Brígida, que estaba enferma desde hacía algún tiempo,
empezó a debilitarse rápidamente, y falleció el 23 de julio de ese año,
después de recibir los últimos sacramentos de manos de su fiel amigo, el
Padre Pedro de Alvastra. Tenía entonces setenta y un años. Su cuerpo
fue sepultado provisionalmente en la iglesia de San Lorenzo in
Panisperna. Cuatro meses después, Santa Catalina y Pedro de Alvastra
condujeron triunfalmente las reliquias a Vadstena, pasando por Dalmacia,
Austria, Polonia y el puerto de Danzig.
Santa Brígida, cuyas reliquias reposan todavía en la abadía por ella fundada, fue canonizada en 1391 y es la patrona de Suecia.
Visiones y escritos
Uno
de los aspectos más conocidos en la vida de Santa Brígida, es el de las
múltiples visiones con que la favoreció el Señor, especialmente las que
se refieren a los sufrimientos de la Pasión y a ciertos acontecimientos
de su época. Por orden del Concilio de Basilea, el Juan de Torquemada,
quien fue más tarde cardenal, examinó el libro de las revelaciones de la
santa y declaró que podía ser muy útil para la instrucción de los
fieles; pero tal aprobación encontró muchos opositores. Por lo demás; la
declaración de Torquemada significa únicamente que la doctrina del
libro es ortodoxa y que las revelaciones no carecen de probabilidad
histórica. El Papa Bcnedicto XIV, entre otros, se refirió a las
revelaciones de Santa Brígida en los siguientes términos: "Aunque muchas
de esas revelaciones han sido aprobadas, no se les debe el asentimiento
de fe divina; el crédito que merecen es puramente humano, sujeto al
juicio de la prudencia, que es la que debe dictarnos el grado de
probabilidad de que gozan para que crearnos píamente en ellas."
Santa
Brígida, con gran sencillez de corazón, sometió siempre sus
revelaciones a las autoridades eclesiásticas y, lejos de gloriarse por
gozar de gracias tan extraordinarias, las aprovechó como una ocasión
para manifestar su obediencia y crecer en amor y humildad. Si sus
revelaciones la han hecho famosa, ello se debe en gran parte a su virtud
heroica, consagrada por el juicio de la Iglesia.
El libro de sus revelaciones fue publicado por primera vez en 1492.
Las
brigidinas tienen unas lecciones de maitines tomadas de sus
revelaciones sobre las glorias de María, conocidas con el nombre de
"Sermo Angelicus", en recuerdo de las palabras del Señor a la santa: "Mi
ángel te comunicará las lecciones que las religiosas de tus monasterios
deben leer en maitines, y tú las escribirás tal como él te las dicte".
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