"Simón, hijo de Juan, ¿me amas?". El le respondió: "Sí, Señor, sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas". (Jn. 21, 16)
Mt 14, 22-36
Después de la multiplicación de los panes, Jesús obligó a los discípulos
que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla,
mientras él despedía a la multitud. Después, subió a la montaña para
orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo. La barca ya
estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían
viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre
el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron.
"Es un fantasma", dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar. Pero
Jesús les dijo: "Tranquilícense, soy yo; no teman". Entonces Pedro le
respondió: "Señor, si eres Tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua".
"Ven", le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar
sobre el agua en dirección a él. Pero, al ver la violencia del viento,
tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: "Señor, sálvame". En
seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía:
"Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?". En cuanto subieron a la barca,
el viento se calmó. Los que estaban en ella se postraron ante él,
diciendo: "Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios". Al llegar a la otra
orilla, fueron a Genesaret. Cuando la gente del lugar lo reconoció,
difundió la noticia por los alrededores, y le llevaban a todos los
enfermos, rogándole que los dejara tocar tan sólo los flecos de su
manto, y todos los que lo tocaron quedaron sanados.
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