El hombre hoy se jacta de su belleza física y gasta dinero e invierte
tiempo en mantenerse por fuera en perfecto estado, con una figura
esbelta cuidada a base de dietas, pastillitas e idas al gimnasio; son
horas tras horas que se dedica a engrandecer su figura, minutos y
minutos que detrás de un espejo se contempla airoso y lleno de orgullo y
algo de vanidad.
Y para variar, luego lo va exponiendo sin
reparos ni pudor.. Para muchos, la vida se ha reducido sólo a ello, pero
sabemos que todo no termina aquí, la vida nos enseña que las tormentas
se superan cuando la casa se ha edificado sobre roca y no sirve de nada
una mansión hermosísima por fuera si no tiene los fundamentos capaces de
superar los fuertes vientos y las constantes lluvias. Por eso, antes de
mirarte al espejo y verte con tu figura como dios o diosa griega,
piensa si tienes los fundamentos que te aseguran la verdadera felicidad.
Ama y haz lo que
quieras decía San Agustín, es decir, comprométete, sacrifícate, sé fiel,
cree en Dios y hunde profundamente tus raíces en el Ser y no en el
tener ni el aparecer.
Cerca de un arroyo de aguas frescas, había un pequeño bosque. Los árboles eran muy variados.
Todos
gastaban las energías en ser más altos y grandes, con muchas flores y
perfumes, pero quedaban débiles y tenían poca fuerza para echar raíz.
En cambio, un laurel dijo:
"Yo, mejor, voy a invertir mi savia en tener una buena raíz: así creceré y podré dar mis hojas a todos los que me necesiten".
Los
otros árboles estaban muy orgullosos de ser bellos; ¡en ningún lado
había tantos colores y perfumes! Y no dejaban de admirarse y de hablar
de los encantos de unos y otros, y así, todo el tiempo, mirándose y
riéndose de los demás.
El laurel sufría a cada instante esas burlas.
Se reían de él, señoreando sus flores y perfumes, meneando el abundante follaje.
"¡Laurel!...le
decían, - ¿para qué quieres tanta raíz? Mira, a nosotros todos nos
alaban porque tenemos poca raíz y mucha belleza. ¡Deja de pensar en los
demás! ¡Preocúpate solo de ti!"
Pero el laurel estaba convencido de lo contrario; deseaba amar a los demás y por eso tenía raíces fuertes.
Un buen día vino una gran tormenta, y sacudió, sopló y resopló sobre el bosque.
Los
árboles más grandes, que tenían un ramaje inmenso, se vieron tan
fuertemente golpeados, que por más que gritaban no pudieron evitar que
el viento los volteara.
En cambio, el pequeño laurel, como
tenía pocas ramas y mucha raíz, apenas si perdió unas cuantas hojas. Entonces todos comprendieron que:
Lo
que nos mantiene firmes en los momentos difíciles, no son las
apariencias, sino lo que está oculto en las raíces, dentro de tu
corazón... allí... en tu alma... Y ESO SE LLAMA AMOR Y FE.
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