"Simón, hijo de Juan, ¿me amas?". El le respondió: "Sí, Señor, sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas". (Jn. 21, 16)
Lc 7, 1-10
Jesús entró en Cafarnaúm. Había allí un centurión que tenía un sirviente
enfermo, a punto de morir, al que estimaba mucho. Como había oído
hablar de Jesús, envió a unos ancianos judíos para rogarle que viniera a
sanar a su servidor. Cuando estuvieron cerca de Jesús, le suplicaron
con insistencia, diciéndole: "Él merece que le hagas este favor, porque
ama a nuestra nación y nos ha construido la sinagoga". Jesús fue con
ellos, y cuando ya estaba cerca de la casa, el centurión le mandó decir
por unos amigos: "Señor, no te molestes, porque no soy digno de que
entres en mi casa; por eso no me consideré digno de ir a verte
personalmente. Basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará.
Porque yo ?que no soy más que un oficial subalterno, pero tengo soldados
a mis órdenes? cuando digo a uno: 'Ve', él va; y a otro: 'Ven', él
viene; y cuando digo a mi sirviente: '¡Tienes que hacer esto!', él lo
hace". Al oír estas palabras, Jesús se admiró de él y, volviéndose a la
multitud que lo seguía, dijo: "Yo les aseguro que ni siquiera en Israel
he encontrado tanta fe". Cuando los enviados regresaron a la casa,
encontraron al sirviente completamente sano.
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