"Simón, hijo de Juan, ¿me amas?". El le respondió: "Sí, Señor, sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas". (Jn. 21, 16)
Lc 7, 36-50
Un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús entró en la casa y se
sentó a la mesa. Entonces una mujer pecadora que vivía en la ciudad, al
enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó
con un frasco de perfume. Y colocándose detrás de él, se puso a llorar a
sus pies y comenzó a bañarlos con sus lágrimas; los secaba con sus
cabellos, los cubría de besos y los ungía con perfume. Al ver esto, el
fariseo que lo había invitado pensó: "Si este hombre fuera profeta,
sabría quién es la mujer que lo toca y lo que ella es: ¡una pecadora!".
Pero Jesús le dijo: "Simón, tengo algo que decirte". "Di, Maestro",
respondió él. "Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía
quinientos denarios, el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar,
perdonó a ambos la deuda. ¿Cuál de los dos lo amará más?". Simón
contestó: "Pienso que aquél a quien perdonó más". Jesús le dijo: "Has
juzgado bien". Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: "¿Ves a esta
mujer? Entré en tu casa y tú no derramaste agua sobre mis pies; en
cambio, ella los bañó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos. Tú
no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no cesó de besar mis
pies. Tú no ungiste mi cabeza; ella derramó perfume sobre mis pies. Por
eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le han sido
perdonado. Por eso demuestra mucho amor. Pero aquél a quien se le
perdona poco demuestra poco amor". Después dijo a la mujer: "Tus pecados
te son perdonados". Los invitados pensaron: "¿Quién es este hombre, que
llega hasta perdonar los pecados?". Pero Jesús dijo a la mujer: "Tu fe
te ha salvado, vete en paz".
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