"Simón, hijo de Juan, ¿me amas?". El le respondió: "Sí, Señor, sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas". (Jn. 21, 16)
Mc 10, 17-30
Jesús se puso en camino. Un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le
preguntó: "Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida
eterna?". Jesús le dijo: "¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno.
Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no
robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu
padre y a tu madre". El hombre le respondió: "Maestro, todo eso lo he
cumplido desde mi juventud". Jesús lo miró con amor y le dijo: "Sólo te
falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás
un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme". Él, al oír estas
palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes.
Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: "¡Qué difícil
será para los ricos entrar en el Reino de Dios!". Los discípulos se
sorprendieron por estas palabras, pero Jesús continuó diciendo: "Hijos
míos, ¡qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil que un
camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de
Dios". Los discípulos se asombraron aún más y se preguntaban unos a
otros: "Entonces, ¿quién podrá salvarse?". Jesús, fijando en ellos su
mirada, les dijo: "Para los hombres es imposible, pero no para Dios,
porque para él todo es posible". Pedro le dijo: "Tú sabes que nosotros
lo hemos dejado todo y te hemos seguido". Jesús respondió: "Les aseguro
que el que haya dejado casa, hermanos y hermanas, madre y padre, hijos o
campos por mí y por la Buena Noticia, desde ahora, en este mundo,
recibirá el ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres, hijos y
campos, en medio de las persecuciones; y en el mundo futuro recibirá la
Vida eterna".
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