¡Qué estupendo refugio para los "fuera de la ley!-, exclamó el bandido.
El pintor murmuró: «No cabe pretexto mejor para el pincel que estas rocas y estos colores naturales».
Y el avaro añadió: «Para esconder un tesoro, esta gruta sería un lugar excelente».
Y el viejo campesino, que había escuchado a sus ocasionales compañeros en silencio, se limitó a decir con la felicidad grabada en su rostro apacible: «¡Qué hermosa gruta!»
Sólo él había sido capaz de admirar aquella belleza natural por sí misma, sin ningún cálculo ligado a sus ambiciones particulares...
La lección del relato, llena de sutilidad oriental, puede servirnos a todos. Porque sumergidos como estamos en el mundo de las máquinas y artificios de toda clase y en un ambiente regido por el utilitarismo, todos corremos el peligro de volvernos ciegos frente a la hermosura sencilla de las cosas naturales; de caer en la deformación de admirar boquiabiertos cualquier ingenioso electrodoméstico u ordenador mientras no somos capaces de apreciar la maravilla de una puesta de sol o de un paisaje.
No sólo lo que materialmente se pesa o se cuenta tiene valor. Hay también un valor de lo «no útil» que enriquece nuestra alma.
«Si tienes dos monedas -dice un poeta persa-, gasta una en pan para tu cuerpo y emplea la otra en un ramo de jacintos para tu espíritu».
No hay comentarios:
Publicar un comentario