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¡QUITA LA VENDA DE TUS OJOS!

Un relato chino cuenta que coincidieron en una excursión un bandido, un pintor, un avaro, y un campesino de honda y sencilla sabiduría. Al caer la noche buscaron albergue en una magnífica gruta que hallaron en su camino, y al penetrar en ella surgieron los comentarios.

¡Qué estupendo refugio para los "fuera de la ley!-, exclamó el bandido.


El pintor murmuró: «No cabe pretexto mejor para el pincel que estas rocas y estos colores naturales».

Y el avaro añadió: «Para esconder un tesoro, esta gruta sería un lugar excelente».

Y el viejo campesino, que había escuchado a sus ocasionales compañeros en silencio, se limitó a decir con la felicidad grabada en su rostro apacible: «¡Qué hermosa gruta!»

Sólo él había sido capaz de admirar aquella belleza natural por sí misma, sin ningún cálculo ligado a sus ambiciones particulares...

La lección del relato, llena de sutilidad oriental, puede servirnos a todos. Porque sumergidos como estamos en el mundo de las máquinas y artificios de toda clase y en un ambiente regido por el utilitarismo, todos corremos el peligro de volvernos ciegos frente a la hermosura sencilla de las cosas naturales; de caer en la deformación de admirar boquiabiertos cualquier ingenioso electrodoméstico u ordenador mientras no somos capaces de apreciar la maravilla de una puesta de sol o de un paisaje.

No sólo lo que materialmente se pesa o se cuenta tiene valor. Hay también un valor de lo «no útil» que enriquece nuestra alma.

«Si tienes dos monedas -dice un poeta persa-, gasta una en pan para tu cuerpo y emplea la otra en un ramo de jacintos para tu espíritu».
 
 

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