"Simón, hijo de Juan, ¿me amas?". El le respondió: "Sí, Señor, sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas". (Jn. 21, 16)
SAN NARCISO DE JERUSALÉN
SAN NARCISO DE JERUSALÉN (¿96?-¿212?) nació probablemente en el seno de una familia no judía que se había asentado en Palestina.
Por la época en la que nació, es probable que San Narciso haya recibido la fe de Jesús directamente de discípulos de los Apóstoles.
Podemos inferir por las fuentes históricas que hacia mediados del siglo dos San Narciso ya había sido nombrado presbítero, y ya desde entonces se destacaba por su sentido de la prudencia.
Hacia el año 180, cuando contaba con ochenta o más años, San Narciso fue designado como Obispo de Jerusalén, siendo el número treinta en la sucesión.
En su elevado cargo, a San Narciso de Jerusalén le correspondió presidir en 195 el Concilio de Cesárea, en el cual se buscaba unificar las fechas de la celebración de la Pascua en toda la cristiandad.
Acaso por envidia o por querer hacerlo a un lado a causa de ambiciones políticas, sucedió que tres de sus clérigos inventaron falsos testimonios para calumniarlo. En el momento de confrontarlos, los malos cristianos afirmaron que si mentían, uno se dejaría quemar, el otro morir de hambre y el tercero que le quitaran los ojos.
Ante lo cual San Narciso, en vez de defenderse, se retiró al desierto a vivir como eremita. Y se cuenta que Dios castigó a los difamadores con los castigos que ellos mismos se habían impuesto, de modo que sólo sobrevivió uno, que se quedó ciego.
Una vez pasado el incidente, San Narciso volvió a su diócesis. Sin embargo, luego de algunos años se retiró del cargo por sentirse muy anciano, con 110 años de edad, encomendándoselo a su coadjutor, San Alejandro. San Narciso vivió todavía hasta los 116.
A San Narciso de Jerusalén se le atribuye el milagro de haber transformado vasijas de agua en vasijas de aceite durante una celebración de Pascua, y así los asistentes pudieron encender sus lámparas en la noche. Es por esto que iconográficamente se le representa con una jarra a los pies.
SAN NARCISO DE JERUSALÉN nos enseña el valor de la fuerza de espíritu para ignorar las calumnias.
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