"Simón, hijo de Juan, ¿me amas?". El le respondió: "Sí, Señor, sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas". (Jn. 21, 16)
Lc 1, 5-25
En tiempos de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote llamado
Zacarías, de la clase sacerdotal de Abías. Su mujer, llamada Isabel, era
descendiente de Aarón. Ambos eran justos a los ojos de Dios y seguían
en forma irreprochable todos los mandamientos y preceptos del Señor.
Pero no tenían hijos, porque Isabel era estéril; y los dos eran de edad
avanzada. Un día en que su clase estaba de turno y Zacarías ejercía la
función sacerdotal delante de Dios, le tocó en suerte, según la
costumbre litúrgica, entrar en el Santuario del Señor para quemar el
incienso. Toda la asamblea del pueblo permanecía afuera, en oración,
mientras se ofrecía el incienso. Entonces se le apareció el Ángel del
Señor, de pie, a la derecha del altar del incienso. Al verlo, Zacarías
quedó desconcertado y tuvo miedo. Pero el Ángel le dijo: "No temas;
Zacarías; tu súplica ha sido escuchada. Isabel, tu esposa, te dará un
hijo al que llamarás Juan. Él será para ti un motivo de gozo y de
alegría, y muchos se alegrarán de su nacimiento, porque será grande a
los ojos del Señor. No beberá vino ni licor; estará lleno del Espíritu
Santo desde el seno de su madre, y hará que muchos israelitas vuelvan al
Señor, su Dios. Precederá al Señor con el espíritu y el poder de Elías,
para reconciliar a los padres con sus hijos y atraer a los rebeldes a
la sabiduría de los justos, preparando así al Señor un Pueblo bien
dispuesto". Pero Zacarías dijo al Ángel: "¿Cómo puedo estar seguro de
esto? Porque yo soy anciano y mi esposa es de edad avanzada". El Ángel
le respondió: "Yo soy Gabriel, el que está delante de Dios, y he sido
enviado para hablarte y anunciarte esta buena noticia. Te quedarás mudo,
sin poder hablar hasta el día en que sucedan estas cosas, por no haber
creído en mis palabras, que se cumplirán a su debido tiempo". Mientras
tanto, el pueblo estaba esperando a Zacarías, extrañado de que
permaneciera tanto tiempo en el Santuario. Cuando salió, no podía
hablarles, y todos comprendieron que había tenido alguna visión en el
Santuario. Él se expresaba por señas, porque se había quedado mudo. Al
cumplirse el tiempo de su servicio en el Templo, regresó a su casa. Poco
después, su esposa Isabel concibió un hijo y permaneció oculta durante
cinco meses. Ella pensaba: "Esto es lo que el Señor ha hecho por mí,
cuando decidió librarme de lo que me avergonzaba ante los hombres".
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