"Simón, hijo de Juan, ¿me amas?". El le respondió: "Sí, Señor, sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas". (Jn. 21, 16)
Lc 5, 12-16
Mientras Jesús estaba en una ciudad, se presentó un hombre cubierto de
lepra. Al ver a Jesús, se postró ante él y le rogó: "Señor, si quieres,
puedes purificarme". Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: "Lo
quiero, queda purificado". Y al instante la lepra desapareció. Él le
ordenó que no se lo dijera a nadie, pero añadió: "Ve a presentarte al
sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés,
para que les sirva de testimonio". Su fama se extendía cada vez más y
acudían grandes multitudes para escucharlo y hacerse sanar de sus
enfermedades. Pero él se retiraba a lugares desiertos para orar.
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