"Simón, hijo de Juan, ¿me amas?". El le respondió: "Sí, Señor, sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas". (Jn. 21, 16)
Lc 16, 19-31
Jesús dijo a los fariseos: Había un hombre rico que se vestía de púrpura
y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes. A su puerta,
cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse
con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus
llagas. El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de
Abraham. El rico también murió y fue sepultado. En la morada de los
muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a
Abraham, y a Lázaro junto a él. Entonces exclamó: "Padre Abraham, ten
piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el
agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan". "Hijo
mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y
Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y
tú, el tormento. Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran
abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden
hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí". El rico
contestó: "Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi
padre, porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que
ellos también caigan en este lugar de tormento". Abraham respondió:
"Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen". "No, padre
Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se
arrepentirán". Pero Abraham respondió: "Si no escuchan a Moisés y a los
Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se
convencerán".
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