Benigno
vivió en Francia y se ha dado conocer entre los suyos como un insigne
propagador de la fe cristiana; lo hace con alegría y con notable
entusiasmo.Llegada la persecución de Maximiano y Diocleciano, la
comunidad de creyentes está confortada por la atención espiritual que
con riesgo constante de su vida le presta el buen sacerdote Benigno.
Socorre a los confesores de la fe presos
en las cárceles; visita las casas de los débiles y les busca por los
campos que los cobijan para darles aliento; y se las arregla para estar
cerca de los que son torturados, acompañando hasta donde es posible
humanamente a los que se disponen al martirio.Pasado el peor momento de
estupor, se llena de la audacia del Espíritu Santo y comienza a predicar
con fortaleza de Jesucristo. Ahora lo hace públicamente en el intento
de convertir a los paganos que están en el terrible error de la
idolatría. El principal foco de atención de su discurso es hacerles
comprender que los ídolos son una necedad y el culto que se les tributa
supone una verdadera ofensa al único Dios que merece adoración y puede
darles la salvación ofrecida a todos los hombres sin excepción. Ya no le
importa su vida. Se sabe portador de la Verdad y conoce bien que ella
no es exclusivamente para él. Sólo Jesús es el Señor y todos han de
servirle.
Lo que era presumible con ese comportamiento se hace
realidad. Es apresado y obligado a apostatar, siendo inútiles los
tormentos que tuvo que soportar el fiel y valiente discípulo. Por fin,
muere el 13 de febrero del año 303 con la cabeza cortada.
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