El
primero de marzo de 1838 nació en el pueblecito de Asís (Italia) un
niño llamado Francisco que, como el famoso fundador de los franciscanos,
llegó a ser santo. Era el undécimo de trece hermanos y quedó huérfano
de madre a los cuatro años.
Francisco (que tomó mas tarde como nombre religioso Gabriel de la
Dolorosa) tenía un "temperamento suave, jovial, insinuante, decidido y
generoso, poseía también un corazón sensible y lleno de afectividad...
Era de palabra fácil apropiada, inteligente, amena y llena de una
gracia que sorprendía..." (Fuentes, p. 24s).
Con su familia se
trasladó a Spoleto donde, como el otro Francisco, era un líder de los
jóvenes. Allí fue a la escuela de los hermanos de las Escuelas
Cristianas, y al liceo clásico con los jesuitas. Le agradaba mucho el
canto, y consiguió premios en poesía latina y en las veladas teatrales.
Era un joven dinámico, con una gran pasión por su fe cristiana. En su
habitación había colocado una escultura de la Piedad para su veneración
íntima.
El 22 de agosto de 1856 estaba asistiendo a la
procesión de la "Santa Icone", una imagen mariana venerada en Spoleto,
cuando la Virgen María le habló al corazón para invitarle con apremio:
"Tú no estás llamado a seguir en el mundo. ¿Qué haces, pues, en él?
Entra en la vida religiosa" (Fuentes, p. 208). El 10 de septiembre de
1856 entró en el noviciado pasionista de Morrovalle (Macerata) y tomó el
nombre religioso de Gabriel. Tenía solo 18 años. Su entrega fue con
todo su corazón y en la vida religiosa encontró su felicidad: "La
alegría y el gozo que disfruto dentro de estas paredes son indecibles"
(Escritos, p. 185). Sus mayores amores eran Jesús Crucificado, la
Eucaristía y la Virgen María.
Pronto empezó a llamar la
atención de sus compañeros y superiores del noviciado pasionista. Pasaba
largas horas entregado a la oración. El P. Maestro se veía obligado en
tantas ocasiones a prohibirle que castigara tan bárbaramente su cuerpo.
Por otra parte era el primero en los trabajos manuales y siempre
dispuesto a hacer los más humildes. Nadie podía cogerle en la falta más
mínima de observancia de la Regla y Constituciones. Era más bien una
"regla viva".
Desde un principio se distinguió en su fervoroso e
ilimitado amor hacia la Virgen María... Hasta a veces se privaba de ver
cosas deleitables y cerraba los ojos "para conservar toda la potencia
visiva y así poder contemplar más fielmente a la Virgen María en el
cielo". Solía decir: "Amo tanto a la Virgen María, que es mi Madre, que
si los superiores me lo permitieran grabaría su nombre en mi corazón y
en mis carnes con letras de fuego".
Por fin, a sus 24 años, el
día 27 de Febrero de 1862, expiraba, mientras decía: "Jesús, José y
María os doy..." Antes había dicho: "Madre mía, te amo. Madre, ayúdame.
Madre, defiéndeme del enemigo y ampárame a la hora de mi muerte".
Fue canonizado por Benedicto XV en 1920.
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